En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes que, tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras.
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Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron. A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’ Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.
Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’. Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora’’.
La parábola del Evangelio de este domingo, nos ubica en el contexto de un banquete de bodas. De hecho, el texto es ilustrado con algunas costumbres del Antiguo Oriente; por ejemplo, en los cortejos nupciales que se daban cita en la casa del esposo y de la esposa para dirigirse después al lugar de la boda y del grande banquete.
Ahora bien, los protagonistas de la parábola son dos: el grupo de las diez vírgenes y el esposo, a quien se le aprecia también como Juez (Cristo). De las diez vírgenes –como se narra en la parábola– se distinguen 5 prudentes o previsoras y 5 necias o descuidadas. Las últimas se caracterizan por su autosuficiencia, que las instala en la mediocridad: ellas se confían pensando que tienen la medida justa de aceite para mantener las lámparas encendidas.
Pero, si nos damos cuenta, su descuido no es tanto el aceite, sino su participación en el banquete nupcial; por eso, bajo las características de este grupo son representados aquellos que, al centro de su vida tienen otros intereses, de tal modo que, desatienden aquel encuentro definitivo con el Esposo.
El otro grupo de vírgenes, calificadas como prudentes o previsoras, evoca a la mujer ideal descrita en el libro de los Proverbios (31,10-31) que se caracteriza por su administración en el hogar y su caridad hacia el pobre; es la mujer de la virtud y de la ciencia que levantándose temprano y descansando tarde piensa en el bien del marido y de los hijos.
Pero este amor y sacrificio por la familia se comprenden en el respeto que a ella le da al Señor: “sólo la mujer que respeta a Yahvé es digna de alabanza”. De hecho, en el texto aparece un versículo bastante significativo que se relaciona con el presente pasaje evangélico: “[Ella] Comprueba si sus asuntos van bien y ni de noche se apaga su lámpara” (30,18). Una mujer descrita así representa la sabiduría, y su lámpara encendida indicaría su capacidad administrativa que sólo es comprensible en un contexto de amor.
El pasaje evangélico concluye con una fuerte invitación: “velen, pues, porque no saben el día ni la hora”.
Velar–vigilar es, entonces, una condición indispensable del discípulo que, no es motivada por el horror al infierno, sino por el amor al Señor, cuyo encuentro definitivo es simbolizado bajo la figura del banquete: un amor que es sabiduría, ciencia y que supera toda monotonía, autosuficiencia y mediocridad.
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