Lectura del Santo Evangelio

En aquel tiempo, Jesús se hizo acompañar de Pedro, Santiago y Juan, y subió a un monte para hacer oración. Mientras oraba, su rostro cambió de aspecto y sus vestiduras se hicieron blancas y relampagueantes. De pronto aparecieron conversando con él dos personajes, rodeados de esplendor: eran Moisés y Elías. Y hablaban de la muerte que le esperaba en Jerusalén.

Pedro y sus compañeros estaban rendidos de sueño; pero, despertándose, vieron la gloria de Jesús y de los que estaban con él. Cuando éstos se retiraban, Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, sería bueno que nos quedáramos aquí y que hiciéramos tres chozas: una para ti, una para Moisés y otra para Elías”, sin saber lo que decía.

No había terminado de hablar, cuando se formó una nube que los cubrió; y ellos, al verse envueltos por la nube, se llenaron de miedo. De la nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo, mi escogido; escúchenlo”. Cuando cesó la voz, se quedó Jesús solo.

Los discípulos guardaron silencio y por entonces no dijeron a nadie nada de lo que habían visto.

(Lc. 9, 28b-36).

La transfiguración del Señor

Para situar el evangelio que escuchamos en este II Domingo de Cuaresma, dentro del relato de san Lucas, vale la pena recordar que después de los extensos capítulos que tratan los temas relacionados con el nacimiento y la infancia de Jesús; ya para el capítulo cuarto, comienza con el anuncio del Reino, en la sinagoga del pueblo donde vivía: Nazareth.

Una vez inaugurado este momento de proclamación y cumplimiento de la Buena Nueva, que incluía la curación de los enfermos, la justicia a quienes la requerían, la atención a los pobres; el Maestro elige a un pequeño pero significativo grupo en pos de sí, para hablarles acerca de lo que serían los pilares de este tiempo mesiánico: las bienaventuranzas; éstas serían los pilares de una nueva hora de salvación para el pueblo, de un cambio en la historia, de promesas que han llegado a su cumplimiento, como Jesús mismo lo dice: “éstas escrituras, se han cumplido hoy” (Lc. 4,21).

De hecho, el Bautista le manda preguntar si es Él, quien tendría que venir o deben esperar a otro; ante lo que el Mesías no responde sí o no, sino que con la evidencia de las maravillas que realiza, manda decir a Juan “los ciegos ven, los cojos andan… y a los pobres se les anuncia la buena noticia” (7,22); en otras palabras: juzga tú, por lo que sucede.

Es dentro de esta dinámica de dar testimonio de un nuevo Reino, que en el capítulo nueve, envía a sus discípulos a anunciar el mismo Reino, curando a los enfermos y haciendo presente ahora ellos, lo que han aprendido de Jesús; culminando ese pasaje con la profesión de fe de Pedro, quien reconoce en Él, al Cristo, el Ungido De Dios (9,20).

Una semana después, llama Jesús a sus más cercanos colaboradores: Pedro, Juan y Santiago, a ser testigos de un momento especial, ellos darán testimonio de haber visto a Jesús orando y dentro de esta manifestación de la gloria de Dios, lo sitúan conversando con Moisés y Elías acerca del propio Éxodo que debía recorrer (9,30-31), un camino hacia Jerusalén, un camino hacia la cruz.

Así, queridos hermanos lectores de Desde la Fe, la cuaresma que estamos viviendo, ahora en su segundo domingo, no puede ser otra cosa que lo mismo que vivió Jesús con sus discípulos: ir tomando conciencia de seguir un camino, que a veces no resulta para nada placentero, pero que de alguna manera todos tenemos que recorrer, el mismo camino de la vida, que algún día terminará y nos encontraremos no sólo con la muerte, sino con la resurrección propia, unida a la de Jesús que nos ha precedido en el camino al cielo.

Sin embargo, no podemos dejar de ver que para el cristiano, los momentos de prueba y de dolor, tan sólo son camino hacia un lugar mejor, ya sea para restablecernos, ya sea para llegar a Dios, terminando nuestros días en este mundo; por lo tanto, no tengamos miedo a los momentos de dificultad, sino que veamos como los discípulos lo aprendieron: que para llegar a la gloria de la resurrección, se debe de pasar por el camino (el éxodo) de la cruz, del sufrimiento.

Bueno, pero ¡qué les digo yo a ustedes!, si toda mamá sabe que para educar bien a sus hijos, muchas veces hay que quitarse el pan de la boca, para darlo a quien aman; si todo trabajador sabe que para conservar su empleo, hay que madrugar y sufrir la cruz cotidiana de llegar al mismo, si todo estudiante sabe que se tiene que desvelar haciendo trabajos, si quiere pasar sus materias. Que esta cuaresma sea un trabajo, un esfuerzo, que no pierda de vista el momento de gloria y amor que hemos vivido quienes nos hemos encontrado con Jesús.

P. Oscar Arias

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