Un día en que Jesús, acompañado de sus discípulos, había ido a un lugar solitario para orar, les preguntó:
“¿Quién dice la gente que soy yo?”. Ellos contestaron: “Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que alguno de los antiguos profetas que ha resucitado”.
Él les dijo: “Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?”. Respondió Pedro: “El Mesías de Dios”. Él les ordenó severamente que no lo dijeran a nadie.
Después les dijo: “Es necesario que el Hijo del hombre sufra mucho, que sea rechazado por los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, que sea entregado a la muerte y que resucite al tercer día”.
Luego, dirigiéndose a la multitud, les dijo: “Si alguno quiere acompañarme, que no se busque a sí mismo, que tome su cruz de cada día y me siga. Pues el que quiera conservar para sí mismo su vida, la perderá; pero el que la pierda por mi causa, ése la encontrará”. Palabra del Señor.
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A la primera parte del texto que escuchamos este domingo se le conoce como la profesión de fe de Pedro, la cual parte de la pregunta que hace Jesús a sus discípulos, sobre lo que dice la gente acerca de Él: ¿Quién dice la gente que soy Yo?; oportunidad para que ese pequeño y cercano grupo que le seguía, reuniera y sistematizara las expresiones de aprobación o desaprobación que en el camino iban escuchando. Algunos dirían que Jesús era el Mesías esperado, mientras que otros opinaban que nada bueno podría venir de Nazaret; así, con lo que dice la gente, podrían sacar una conclusión para no perder la objetividad ni convertirse en necios, sino que podrían analizar muchos más datos que los de la propia opinión.
Sin embargo, Jesús nunca se detuvo por lo que dijera la gente, todo lo contrario; muchas veces, dándose cuenta incluso del escándalo que provocarían sus palabras o sus gestos, no se intimidó por la opinión de los demás, ni dejó de hacer lo que consideró siempre justo. Es por eso, que va más allá: no qué dice la gente, sino ustedes, mis discípulos, mis amigos, ¿quién dicen ustedes que soy Yo? O todavía, ¿quién soy yo para ustedes?
Entonces, Pedro responde: Tú eres el Cristo, (v.20) el que esperábamos, el Mesías, el que habría de venir y cambiarían las cosas. Esta respuesta es un parteaguas en el seguimiento de Jesús, porque una vez que se aclaran las posiciones, todo lo demás es irrelevante, una vez que declaramos cuál es nuestro objetivo y prioridad, todo lo que no sea eso o contribuya a ello, es secundario.
Sólo así, una vez que aclaremos quién es Jesús para nosotros, podremos dar el siguiente paso: “negarse a uno mismo” (v. 23) como si nuestros intereses fueran cosa secundaria y lo único que importara fuera Jesús, el Cristo, el Esperado y el Reino predicado por Él.
Y esto es algo que se tiene que conseguir cada día, se tiene que lograr cada que abrimos los ojos a la luz de una nueva mañana. Es por eso que, en el Padre Nuestro, pedimos el pan de cada día, porque ello conlleva un esfuerzo cotidiano de salir a “ganarse el pan”, de buscar llevar el fruto del esfuerzo cotidiano a las personas que amamos. Aunque en este punto agregamos un elemento más, así como pedimos el pan cotidiano, nos dice el Evangelio de hoy: “que tome cada día su cruz”; es decir, que el esfuerzo, la lucha, el levantarse, no se hace de una vez para siempre, sino que cada día hay que llevarlo a cabo, cada día supone su propio trabajo y su propia inquietud.
Recién ordenado sacerdote, un lunes fui a descansar a casa de mis padres. Aprovechando la visita, acostumbraba ese día levantarme tarde y estar con ellos no de manera tan formal sino más como día de descanso. Uno de esos lunes, con mucha delicadeza y sin querer ofenderme, mi madre me preguntó: Oye, Oscar, ¿hoy no celebras Misa?, aunque tenía un cúmulo de razones que darle, como que trabajo mucho o que el fin de semana tuve ya bastantes Misas que celebrar o que también tengo derecho a descansar, quise pensar qué había de profundo en esa duda y me encontré con algo muy parecido a este Evangelio: la cruz, el pan, la comida, el esfuerzo para el cristiano y para todo ser humano, debe de ser un trabajo cotidiano. Es cierto, es importante saber descansar, Dios mismo lo hizo contemplando su creación, pero el concepto del empeño de cada día es un principio que nos ayudará el camino del discípulo porque la fe, es también algo que se tiene que vivir y que pedir día con día. “Danos Señor el pan y la cruz de cada día…”
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