Hemos llegado a esta gran solemnidad de Pentecostés, en la que se corona y concluye el tiempo pascual. El Espíritu Santo, enviado del Padre y del Hijo que, inaugura el tiempo de la Iglesia.
Justamente, el Evangelio según san Juan, expone que, el Espíritu Santo será dado para establecer en el creyente el principio de una nueva existencia: “el que no nazca del agua y del Espíritu, no puede entrar en el Reino de Dios” (Jn 3,5).
Ahora, en el presente fragmento evangélico, el Espíritu Santo es presentado como el Paráclito, es decir, el Consolador, el Abogado o Defensor, quien continúa con la obra de Cristo, haciendo que cada creyente se comprenda en un “nosotros comunitario”; pero para poder permanecer en ese amor, será el Espíritu Santo quien “enseñará y recordará todo cuanto Jesús ha dicho”.
Un teólogo italiano, llamado Natalino Spaccapelo decía que, el pueblo de Israel para poder permanecer en la fidelidad con Dios, era invitado a “recordar constantemente” la Alianza, en otras palabras, a un “hacer memoria” de lo que Dios había hecho con ellos.
El mismo profesor expresaba que, este “hacer memoria” sólo se comprende en una corresponsabilidad del amor. Por ejemplo, en una pareja de enamorados, cuando alguno entrega a la otra persona una carta de amor, generalmente ésta es leída una y otra vez, no porque sea una obligación, sino porque hay una historia que es entretejida por ambos, en la que se desea ser fiel.
De la misma manera, la Nueva Alianza que el Padre realiza en su Hijo, es interiorizada y memorizada gracias al don del Espíritu, pero no para que quede como un recuerdo, sino para que permanezca constantemente en una actualización, en el que, cada creyente en su vida personal y comunitaria sea en el mundo, luz del amor de Cristo: “en esto conocerán todos que son mis discípulos: si se aman los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 13,35).
En la tradición de la Iglesia, Pentecostés es el anti-Babel, pues si tantas veces el hombre es tentado en su arrogancia y egoísmo a construir muros y torres para estar por encima de los demás y oprimir; Pentecostés, reconstruye el lenguaje desde la gramática de Cristo para que todo creyente se inserte en aquel servicio que dignifica al hermano.
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