En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Éstos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos”. El Señor Jesús, después de hablarles, subió al Cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían. La ascensión del Señor (Mc 16, 15-20)
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Para los estudiosos de las Sagradas Escrituras, el fragmento del Evangelio de Marcos que va desde el versículo 9 al 20 del capítulo 16, muy probablemente no fue escrito por el evangelista, sino que puede ser el final de esta obra, resumiendo la memoria fresca de los discípulos sobre las apariciones del Resucitado.
Es decir, es una especie de memorias que tuvieron los discípulos, de primera mano, sobre la experiencia de encontrarse con Jesús Resucitado y de cómo fueron cayendo en la cuenta de Su presencia real en medio de ellos. Primero apareciéndose a María de Magdala (versículo 9), luego a dos de ellos (v. 12), luego a los once (v. 14), reclamándoles por su incredulidad y dureza de corazón para creer que había resucitado. Es en esa precisa escena, donde se encuentra el Evangelio que escuchamos este domingo: “y les dijo…” (v. 15) “Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda creatura. El que crea y se bautice se salvará; el que se resista a creer, será condenado”
Este texto me parece muy actual conforme a una opinión que adjudicaron al Cardenal Robert Sarah, emérito de la Congregación para el culto divino y la Disciplina de los Sacramentos, a quien se atribuía la siguiente idea: lamento mucho que no rijan su vida por los principios cristianos, pero no por ello pretendan que la Iglesia se amolde a su forma de vivir.
De manera que Jesús nos envía, a quienes hemos decidido seguirle, a llevar su mensaje de Amor por toda la tierra, a predicar el Reino de su Padre, para que quien crea en Él tenga vida eterna, vida en abundancia; pero también desde la libertad de quien no quiera dirigir su vida desde los principios cristianos y no llegue a esta plenitud.
Por un lado, no creo que lo que se pretenda es que toda la humanidad se convierta a una u otra religión, precisamente esta semana hemos sido testigos de los estragos de la guerra en la Franja de Gaza y cómo personas de diferente religión pueden bombardear zonas habitacionales completas, provocando muerte y desolación.
En la Ciudad de México vimos la semana pasada también como la corrupción, el descuido y mal manejo de los recursos y responsabilidades provocan muerte y destrucción.
Nuevamente sostengo que no se trata de que todos profesemos la misma fe, pero tampoco podemos escudarnos en nuestra libertad de pensamiento, para ser corruptos, deshonestos y homicidas, aunque sea colateralmente.
La Solemnidad de la Ascensión del Señor nos deja tremendo compromiso a los que creemos en Cristo: “ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían” (v. 20). Porque ahora nos toca a nosotros dar testimonio de una vida diferente, una vida plena, de mejores condiciones para los demás, no para que piensen exactamente como yo, sino para que juntos podamos construir el Reino que Jesús vino a proclamar.
Que el Señor de la Vida, nos ayude a vivir en plenitud esa encomienda y que Él mismo vaya con nosotros, actuando con nosotros, amando a través de nosotros y sanando a esta sociedad.
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