En aquel tiempo, los judíos murmuraban contra Jesús, porque había dicho: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo”, y decían: “¿No es éste, Jesús, el hijo de José? ¿Acaso no conocemos a su padre y a su madre? ¿Cómo nos dice ahora que ha bajado del cielo?”.
Jesús les respondió: “No murmuren. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre, que me ha enviado; y a ese yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Todos serán discípulos de Dios. Todo aquel que escucha al Padre y aprende de Él, se acerca a mí. No es que alguien haya visto al Padre, fuera de aquel que procede de Dios. Ese sí ha visto al Padre. Yo les aseguro: el que cree en mí, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida.
“Sus padres comieron el maná en el desierto y sin embargo, murieron. Éste es el pan que ha bajado del cielo para que, quien lo coma, no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo les voy a dar es mi carne para que el mundo tenga vida”. (Jn 6, 41-51)
Puedes leer: “Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no tendrá hambre”
En este domingo, continuamos con el gran discurso sobre el Pan de Vida que se encuentra en el Evangelio según san Juan, una vez que ha narrado el signo de la multiplicación de los panes. Quisiera proponerte el análisis de tres expresiones contenidas en el pasaje evangélico para su comprensión:
Murmuran contra Jesús. Este verbo murmurar tiene algunas connotaciones bastante interesantes: por una parte, hace referencia al gorjeo de las palomas, al serpenteo propio de las serpientes y, al ladrido de los perros. Por otra parte, en su sentido teológico, es el verbo de la «rebelión» y de la «incredulidad», como aparece en el libro del Éxodo (15,22-27).
De modo que, desde el Antiguo Testamento, ‘murmurar’ es la acción mediante la cual, los israelitas, por su dureza de corazón, se rebelan contra Dios queriendo realizarle un proceso. Ahora, en el presente pasaje evangélico, los judíos desde su incredulidad, inician un proceso contra Jesús por su humilde condición humana: ‘¿cómo puede éste decir que ha bajado del cielo, cuando es el hijo de José?’.
A este propósito, comenta el biblista Gianfranco Ravasi: ‘La encarnación, expresión transparente del amor de Dios por el hombre, se transforma en telón opaco que nubla los ojos, hace dudosa la mente, y provoca la murmuración de los labios’.
La necesidad de ‘ser instruidos por Dios’. Esta frase es tomada del libro del profeta Isaías (54,13): ‘Todos tus hijos serán instruidos por Dios».
Etimológicamente, la instrucción al aprendizaje hace referencia a la docilidad o maleabilidad (plasmar o moldear con las manos); lo que da a entender que, el ser humano no puede ser un autodidacta de la fe, ni mucho menos, puede autoconstruirse una relación con Dios. La fe es, ante todo, un encuentro entre Dios que se revela en su Hijo (don y gracia), y el ser humano que responde siguiendo al Hijo.
Nutrirse equivale a creer, pero sucede en una metabolización inversa: no es el creyente que metaboliza el Pan de Vida, sino el Pan que metaboliza al creyente; expresión que tiene mucha similitud con la expresión de san Pablo: ‘Ya no soy yo el que vive, es Cristo quien vive en mí’ (Gal 2,20).
Concluyo con la siguiente expresión de Benedicto XVI: “El centro de la existencia, lo que da sentido y firme esperanza al camino de la vida, a menudo difícil, es la fe en Jesús, el encuentro con Cristo”.
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