En aquellos días, María se encaminó presurosa a un pueblo de las montañas de Judea, y entrando en la casa de Zacarías, saludó a Isabel. En cuanto ésta oyó el saludo de María, la criatura saltó en su seno. Entonces Isabel quedó llena del Espíritu Santo, y levantando la voz, exclamó:” ¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre! ¿Quién soy yo, para que la madre de mi Señor venga a verme? Apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño saltó de gozo en mi seno. Dichosa tú, que has creído, porque se cumplirá cuanto te fue anunciado de parte del Señor”. Entonces dijo María: “Mi alma glorifica al Señor y mi espíritu se llena de júbilo en Dios, mi salvador, porque puso sus ojos en la humildad de su esclava”.
En esta solemnidad de Santa María de Guadalupe, nos es propuesto el texto evangélico del encuentro de María con su prima santa Isabel. A este propósito, quisiera reflexionar contigo dos expresiones y una breve conclusión para adentrarnos en el gozo del Adviento:
Son las palabras de Isabel que van precedidas por una bendición: “bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre”. El biblista francés Roland Meynet, expresa que esta bendición de Isabel tiene tres direcciones: es una bendición para María, el niño que lleva en su seno, y Dios, quien cumple con sus promesas.
Isabel, por tanto, siendo la primera que recibe a María con el Hijo de Dios, representaría a todo aquel que comprende la fidelidad de Dios y su acción en la historia: el Eterno entre en el tiempo para conducirnos a la eternidad de su amor.
Son ahora las palabras pronunciadas por María que tiene como centro la expresión: ‘Santo es su nombre’. En el Antiguo Testamento, la santidad se entendía como aquella separación de lo sagrado y lo profano. Cuando María dice: ‘Santo es su nombre’, no alude a un estado de separación o a un mero atributo divino, sino a la acción de Dios en favor de su pueblo. De ahí que, este cántico orado en el ‘yo’ personal de María, sea en la praxis litúrgica, el ‘nosotros’ de todos los creyentes, siendo invitados, a hacernos pequeños mediante la humildad, para descubrir la grandeza de Dios, en el niño que nacerá.
En un contexto de sufrimiento y de incertidumbre como el que vivimos, tantas veces nuestro dedo se levanta hacia Dios, como sucede con Job: “es Él quien tiene que responder y explicarnos el por qué”. María e Isabel nos introducen, justamente, en esa respuesta divina: ‘cumplimiento’. Dice el filósofo francés, Paul Claudel: “La pregunta a Dios es tan enorme, que sólo el Hijo de Dios puede dar una respuesta, al no ofrecer una explicación, sino un modo presencial acorde a las palabras del evangelio: yo no he venido para dar explicaciones racionales o para eliminar las dudas, sino para dar cumplimiento […] El Hijo de Dios no ha venido para quitar el sufrimiento, sino más bien para sufrir con nosotros, no ha venido para suprimir la cruz, sino para extender sus brazos en ella”.
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