Las autoridades sanitarias de los países han dado varias indicaciones para evitar tantos contagios por COVID-19, y así descartar más defunciones por esta pandemia. Sin embargo, muchas personas no quieren hacer caso y siguen viviendo como si nada pasara; hacen lo que quieren.
Salen a la calle, van al mercado y a su trabajo sin protección, y no falta quien organiza fiestas, en su casa o en otros espacios, sin ninguna precaución; se imaginan que son inmunes y nada les pasará.
Algunos sacerdotes, con mucho celo pastoral, pero sin los debidos cuidados sanitarios, han estado muy cerca de su pueblo, atendiendo enfermos y celebrando misas exequiales; unos se han contagiado y otros han fallecido.
En días pasados, los noticieros de la televisión informaron de una organización social y política de Chiapas que difunde entre sus miembros que eso de la pandemia es pura mentira, que es una estrategia del gobierno para deshacerse de los ancianos, para que no le cueste tanto sostenerlos. Insisten en que no pasa nada y que cada quien siga llevando su vida como antes.
A muchos jóvenes nadie los detiene ni los convence de que se abstengan de ir a antros y a bares, de practicar su deporte favorito y de andar en lugares con gran concentración de personas, que pueden ser foco de infección. No les importa nada ni nadie, ni ellos mismos; hacen lo que quieren.
Es la misma tesis que manejan quienes siguen exigiendo libertad total para abortar, alegando sólo derechos de las mujeres a hacer lo que quieran con su cuerpo, sin tomar en cuenta el derecho del nuevo ser concebido en su vientre, que es una persona con los mismos derechos que los de su madre, y más porque es una persona inocente e indefensa.
Los grupos activistas alegan mucho un derecho a hacer lo que quieran, sin tomar en cuenta los derechos de otras personas y de la misma sociedad. Su agresividad es destructiva.
Jesús dice: “Si ustedes permanecen fieles a mi palabra, serán verdaderos discípulos míos, y conocerán la verdad y la verdad los hará libres… Les aseguro que quien comete pecado es esclavo del pecado… Si el Hijo los libera, serán libres de verdad” (Jn 8,31-32.34.36).
Y el apóstol Pablo: “Para esta libertad, nos liberó Cristo. Por eso, manténganse firmes y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud” (Gál 5,1). Dice que, pudiendo hacer lo que quiera, se somete libremente al servicio de los demás: “Aunque soy libre y de nadie dependo, me he hecho esclavo de todos con tal de ganar a todos los que pueda” (1 Cor 9,19).
Y el apóstol Pedro advierte: “Como gente libre, no empleen la libertad como pretexto para la maldad, sino úsenla como servidores de Dios” (1 Ped 2,16).
El Papa Francisco dice al respecto: “Cuando el ser humano se coloca a sí mismo en el centro, termina dando prioridad absoluta a sus conveniencias circunstanciales, y todo lo demás se vuelve relativo… Hay en esto una lógica que permite comprender cómo se alimentan mutuamente diversas actitudes que provocan al mismo tiempo la degradación ambiental y la degradación social” (Laudato si, 122).
“Jóvenes amados por el Señor, ¡cuánto valen ustedes si han sido redimidos por la sangre preciosa de Cristo! Jóvenes queridos, ustedes ¡no tienen precio! ¡No son piezas de subasta! Por favor, no se dejen comprar, no se dejen seducir, no se dejen esclavizar por las colonizaciones ideológicas que nos meten ideas en la cabeza y al final nos volvemos esclavos, dependientes, fracasados en la vida. Ustedes no tienen precio: deben repetirlo siempre: no estoy en una subasta, no tengo precio. ¡Soy libre, soy libre! Enamórense de esta libertad, que es la que ofrece Jesús” (Christus vivit, 122).
Aprendamos a educarnos para ser libres. Libre no es el que siempre hace lo que le da la gana, sin tener en cuenta a los demás, sino el que sabe dominarse a sí mismo, sabe controlar sus emociones, sus gustos y deseos, para proteger y ayudar a los demás, para no dañarlos, para hacerlos felices, aunque tenga que renunciar a sus instintos.
Esta es la persona que vale, que genera confianza, que es constructiva y solidaria. Eduquémonos para ser libres. Seguir la palabra de Jesús nos hace libres, porque él nos dice qué nos sirve y qué nos daña, y nos ayuda a ser verdaderos dueños de nosotros mismos, no esclavos de nuestras pasiones.
*Mons. Felipe Arizmendi Esquivel es Obispo Emérito de la Diócesis de San Cristóbal de las Casas.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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Artículo publicado originalmente en Zenit
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