Sabemos que ésta es una época difícil y vivimos preocupados porque el panorama es cada vez más complicado e incierto; hay muchas razones para estar inquietos por el futuro, pero el miedo nos está robando la capacidad para vivir cada día descubriendo en cada una de sus horas y sus minutos, la infinidad de oportunidades para ser feliz, para dar gracias, para descubrir la presencia de Dios en nuestras vidas y sobre todo, sentir sus caricias en los detalles simples que continuamente nos regala.
Viene a mi mente el cuento de León Tolstoi sobre aquel zar que requería la camisa del hombre más feliz de su imperio para recuperar la salud y no morir, y cuando sus súbditos se estaban dando por vencidos en la búsqueda de ese hombre, lo encontraron en una pequeña choza en el campo, agradecido con la vida por tener trabajo, salud, amigos y familia. No necesitaba nada más para ser feliz! Ni siquiera una camisa.
Tenemos una larga lista de proyectos, aspiraciones y deseos que consideramos muy válidos y necesarios y se convierten en un motor que nos impulsa y motiva, pero cuando enfocamos nuestra mirada y todo nuestro esfuerzo únicamente en un futuro que no poseemos, ni tenemos la certeza de que llegará, quizá estamos desperdiciando un presente con toda su riqueza y sus regalos para disfrutarlos hoy y en el momento, porque pronto se convertirán en pasado.
¿Cuál era el secreto de aquel hombre que no requería una camisa para ser feliz?: la gratitud; la sabiduría de saber agradecer en todo su valor lo que sí poseía, lo que podía disfrutar y tener con el esfuerzo de su trabajo y la compañía de los que amaba.
Sin duda, el tiempo que vivimos es difícil, ¡pero es el mejor! porque es nuestro tiempo, el que poseemos y el que Dios eligió para cada uno de nosotros otorgándonos la vida, que es el primer Don que debiéramos agradecer cada mañana.
“Tú creaste mis entrañas, me plasmaste en el seno de mi madre; te doy gracias porque fui formado de manera tan admirable. “Qué maravillosas son tus obras!” Salmo 139.
La gratitud es la puerta de la alegría que nos permite ver todas las cosas buenas que por ser tan cotidianas nos pasan imperceptibles y nos da la capacidad de aceptar los momentos de prueba con la certeza de saber que Dios nos ama y siempre hace lo que nos conviene.
Ser feliz porque agradecemos lo que cada día nos ofrece: una familia, un amigo, la sonrisa de nuestros hijos, el saludo del vecino, la comida en la mesa y un hogar que siempre nos espera y la esperanza en un Dios que nos ama con locura y es misericordioso. Ser feliz porque tenemos sueños e ideales con los que podemos construir un mundo mejor compartiendo lo que tenemos y lo que somos hoy.
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