Una de las vacunas que probablemente estarán más pronto disponibles en nuestro país para combatir el SARS-CoV-2, que ha generado la pandemia por el COVID-19, es la Astra/Zéneca, producida por la Universidad de Oxford; sin embargo, es una vacuna que, en sus componentes, tiene células que provienen de abortos humanos provocados hace muchos años. ¿Podemos usarla, con conciencia tranquila? ¿O con ella estamos alentando nuevos abortos, cooperando con el asesinato de nuevos fetos humanos?
La Congregación para la Doctrina de la Fe y la Pontifica Academia para la Vida han emitido documentos que nos iluminan al respecto. Son organismos de la Iglesia que colaboran con el Papa en el estudio y la orientación sobre muchas cuestiones que tienen que ver con la fe y la moral, para que el Sucesor de Pedro nos confirme en la fe, como le encomendó Jesús.
La postura cristiana es muy clara, de acuerdo al mandato divino: “No matarás”. Por tanto, nunca será moralmente lícito aceptar el aborto voluntariamente procurado y realizado, ni siquiera en casos de violación o malformación del feto. Aunque las leyes civiles lo acepten, un creyente nunca lo legitimará. Hay que defender los derechos de las mujeres, hay que luchar contra los feminicidios, hay que neutralizar a los violadores, pero nunca destruir una vida humana en el seno materno, aunque sea microscópica. Es un ser humano, inocente e indefenso, con todos los derechos. Esto no es ir contra los derechos de las mujeres, sino saber armonizar sus derechos con los del fruto de su vientre. Si no desean tener a su hijo, que lo dejen nacer y lo entreguen en adopción, pero nunca ser asesinas de sus propios hijos.
Sin embargo, en el caso de que la única vacuna que tengamos a disposición para liberarnos del contagio por el SARS-CoV-2 sea producto de células obtenidas de fetos abortados hace tiempo, la Pontifica Academia para la Vida nos dice que podemos disponer de ella temporalmente, advirtiendo siempre que no estamos de acuerdo con el aborto y que se deben buscar otras vacunas que no tengan ese origen.
Si la única vacuna para prevenirnos del contagio de este coronavirus es una que tenga ese origen, la podemos usar con conciencia tranquila. Si hay otras que no tengan ese origen, las debemos preferir. Esto no es cooperar con el mal, con el aborto, sino cuidar la vida, que es un bien primordial. Es como una legítima defensa contra un virus agresor. Yo seré de los que acepten ser vacunados por una de estas vacunas, mientras no haya otras disponibles.
En el documento de esa Pontificia Academia “Reflexiones morales sobre las vacunas preparadas a partir de células derivadas de fetos humanos abortados”, del 5 de junio de 2005, se dice: “Con respecto a las enfermedades contra las que no existan vacunas alternativas que estén disponibles y sean éticamente aceptables, debe abstenerse de utilizar estas vacunas, si ello puede hacerse sin causar a los niños, e indirectamente a la población como un todo, riesgos significativos para su salud. Sin embargo, si los niños pueden ser expuestos a daños de su salud considerables, las vacunas cuyo uso plantea problemas morales pueden ser utilizadas temporalmente”. Lo que en ese año se decía sobre niños, es aplicable a la situación actual, para el resto de la población.
En otro documento titulado “Nota acerca del uso de las vacunas”, del 31 de julio de 2017, la misma Academia Pontificia dice que “las líneas celulares actualmente utilizadas se obtuvieron de abortos provocados hace mucho tiempo y que, por tanto, una evaluación ética negativa de su uso no es fácil de establecer… Las líneas celulares actualmente utilizadas son muy lejanas de los abortos originales, y no implican más aquella relación de cooperación moral indispensable para la valoración éticamente negativa en su utilización… Las características técnicas de la producción de las vacunas más comúnmente utilizadas en la infancia, nos llevan a excluir que existe una cooperación moralmente relevante entre quienes usan estas vacunas hoy en día y la práctica del aborto voluntario. Por lo tanto, creemos que todas las vacunas recomendadas clínicamente pueden usarse con la conciencia tranquila y que el uso de tales vacunas no significa algún tipo de cooperación con el aborto voluntario… El mal, en sentido moral, está en las acciones, no en las cosas o en la materia en cuanto tal”. Es decir, el aborto original fue un asesinato, un pecado grave, pero las líneas celulares obtenidas a partir de él pueden ayudar a salvar vidas; de la muerte, se puede sacar vida. Nunca estaremos de acuerdo con matar a seres inocentes; pero esos inocentes pueden dar vida a miles de gentes.
Pidamos a Dios que pronto se encuentre una vacuna eficaz contra este coronavirus, y que ojalá no sea producto, ni siquiera lejano, de células de abortos provocados; pero si no hay otra disponible, haciendo todas las advertencias anteriormente dichas, podemos aceptarla. Que el Espíritu nos ilumine, a nosotros, a los investigadores y a nuestras autoridades, para que siempre seamos cuidadores responsables de toda vida humana, la que está en gestación en el seno materno, y la que ahora está en peligro de muerte por el virus.
*Mons. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
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Publicado originalmente en: Zenit.org
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