Jaime Septién
Asistimos a una verdadera orgía de fanatismos. Aquí mismo, en México. Como en Brasil o en Estados Unidos. Los fanáticos, dice Amos Oz, son los que saben sumar solo hasta uno.
En su libro Queridos fanáticos (Siruela, 2018) adelanta un tema que se está comiendo literalmente a los sistemas democráticos del mundo: “A medida que las preguntas se vuelven más difíciles y complicadas, también aumenta el ansia de más y más personas para obtener respuestas sencillas, respuestas de una sola frase. Respuestas que señalan sin ninguna duda los culpables de todos nuestros sufrimientos, respuestas que nos aseguran que, si aniquilamos y exterminamos a los malvados, al instante desaparecerán todos nuestros problemas”.
Hay, pues, que echarle a alguien la culpa de los males (de la patria, del estado, de la colonia). Y como ese alguien sobra, es pertinente demonizarlo. Lo que sigue es matar al demonio junto con los que estén al lado de él, aunque nada tengan que ver el uno con el otro. Ni modo, compañero: estabas en el lugar equivocado, en el momento equivocado. Tras haber cometido el acto de exclusión, serás parte del lado correcto de la historia, te irá bien. Pero ¿es posible que despreciando al otro te pueda ir bien? Evidentemente, no. Sin embargo, resurge la frase: ellos son los culpables. Y la acción requerida: hay que borrarlos del mapa. Lo dice Amos Oz: “El desprecio general es uno de los componentes de cualquier fanatismo”.
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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