Varios domingos atrás escuchábamos en el Evangelio de San Lucas, la historia de Marta y María, dos hermanas que recibían a Jesús en su casa. María se sentó a los pies del Señor a escuchar su palabra, mientras que Marta, nos dice la Escritura, estaba atareada con todo el servicio de la casa. Llegó un punto en que se acercó a Jesús para pedirle que le dijera a María que le ayudara. Y ¿cuál fue la respuesta de Jesús? “Marta, Marta, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria” (Lc.10, 41-42).

Esas palabras se han quedado por varias semanas en mi cabeza y en mi corazón, pues ando inquieta y preocupada, mi corazón se ha sentido poco sereno. He querido ser María, pero me he comportado más como Marta. Me di cuenta de que, aunque intento tener espacios de silencio y de oración, en el fondo estoy ansiosa y olvido fácilmente con quien estoy hablando, olvido realmente escuchar al Señor y permito que todos aquellos pendientes y preocupaciones del día a día me distraigan de lo que es verdaderamente importante.

¡Qué difícil parece poder encontrar el equilibrio entre la vida de oración y la vida de servicio! A veces quisiera ser un pulpo o tener varios clones para que me ayudaran a realizar las diversas tareas que tengo; unos se podrían encargar de hacer las tareas de la casa, mientras que otros podrían realizar las compras de la semana y preparar la comida, otros más dedicarse a leer y entregar los proyectos de trabajo y así yo podría estar jugando más tiempo con mis hijos y tener un ratito de oración cada día. Y es justo ahí, en el día a día en el que escucho las palabras de Jesús: Raquel, Raquel, andas inquieta y preocupada por muchas cosas, cuando en realidad una sola es necesaria.

La invitación de Jesús a Marta, a ti, a mí, no es que dejemos de hacer lo que nos corresponde, el servicio no tiene nada de malo, el problema es que estamos distraídos, olvidamos lo que es realmente necesario e importante en nuestras vidas y en repetidas ocasiones damos mayor importancia a lo que menos la tiene, olvidamos lo esencial, el verdadero sentido del por qué y el para qué hacemos las cosas.

Nos hemos acostumbrado a llenar nuestras agendas, a saturarnos de ocupaciones y olvidamos encontrarnos con Jesús en medio de ellas, nos distraemos tanto que no somos conscientes de la presencia de Dios y de las demás personas en nuestra vida. Y solemos también saturar las vidas de nuestros hijos. Es curioso que está terminando el ciclo escolar y ya están inscritos los niños en todas las actividades y cursos de verano disponibles, olvidamos que en la inactividad nace también la creatividad, la oportunidad del encuentro familiar, de admirar y de contemplar lo ordinario, la serenidad que trae el no correr siempre con el reloj y sobre todo la posibilidad de aprender a descubrir lo que es realmente esencial y necesario en la vida.

Hoy los quiero invitar a que reflexionemos en qué y cómo estamos invirtiendo nuestro tiempo, muchas veces tanto hacer, tanta agitación lo único que nos produce es angustia y frustración. Estamos tan abrumados por hacer tantas cosas, que olvidamos ser y la mejor forma para ser, es sentarse a los pies del maestro y escucharlo.

 

Más de la autora: ¿De qué es tiempo?

 

*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.

 

Raquel Zermeño Ferrer

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