Por la agudización de la pandemia COVID 19, las fiestas navideñas tienen un sabor muy diferente al de otros años. No sólo está muy restringida la participación física en las celebraciones religiosas, según las normas de cada lugar, sino que toda la actividad humana está muy afectada. La economía de la mayoría ha sufrido un gravísimo deterioro; pero lo más preocupante son los peligros para la salud y la vida de todos.
En la arquidiócesis de Toluca, donde resido, como las autoridades civiles han decretado el “semáforo rojo”, que indica el incremento desmedido de contagios, se ha determinado cerrar los templos durante todo este tiempo navideño, celebrar las Misas sin presencia física de fieles, y sólo transmitirlas por los diferentes medios, así como posponer bautismos, primeras comuniones, confirmaciones, quince años y bodas. Todo por cuidar la salud de la comunidad. Por tanto, no se permiten las tradiciones de esta época, como las hacíamos en forma habitual. En las celebraciones del Papa en Roma se han impuesto también muchas restricciones. El peligro de enfermar y morir por el SARS-CoV2 es real, aunque a estas fechas no falten personas que no le quieren dar la importancia que merece.
El Papa Francisco, en su catequesis del 19 de diciembre de 2018, expresó algo que es válido para todos los tiempos: la Navidad está centrada en Jesús y en el estilo de vida que escogió.
“Observemos la primera Navidad de la historia para descubrir los gustos de Dios. Esa primera Navidad de la historia estuvo llena de sorpresas. La sorpresa más grande es: el Altísimo es un niño pequeño. ¿Quién lo habría esperado? La Navidad es celebrar lo inédito de Dios, o mejor dicho, es celebrar a un Dios inédito, que cambia nuestra lógica y nuestras expectativas. Celebrar la Navidad es, entonces, dar la bienvenida a las sorpresas del Cielo en la tierra. La Navidad de Jesús no ofrece el calor seguro de la chimenea, sino el escalofrío divino que sacude la historia. La Navidad es la revancha de la humildad sobre la arrogancia, de la simplicidad sobre la abundancia, del silencio sobre el alboroto. Navidad es preferir la voz silenciosa de Dios al estruendo del consumismo. Si sabemos estar en silencio frente al Belén, la Navidad será una sorpresa para nosotros, no algo que ya hayamos visto. Estar en silencio ante el Belén: esta es la invitación para Navidad. Tómate algo de tiempo, ponte delante del Belén y permanece en silencio. Y sentirás, verás la sorpresa.
Desgraciadamente, sin embargo, nos podemos equivocar de fiesta, y preferir las cosas usuales de la tierra a las novedades del Cielo. Si la Navidad es solo una buena fiesta tradicional, donde nosotros y no Él estamos en el centro, será una oportunidad perdida. Por favor, ¡no mundanicemos la Navidad! No dejemos de lado al Festejado, como entonces, cuando “vino entre los suyos, y los suyos no le recibieron” (Jn 1,11). No será Navidad si buscamos el resplandor del mundo, si nos llenamos de regalos, comidas y cenas, pero no ayudamos al menos a un pobre, que se parece a Dios, porque en Navidad Dios vino pobre”.
En su alocución del domingo pasado, con ocasión del Angelus, el Papa nos insistió en ser portadores navideños para los pobres y para cuantos sufren:
“En estos tiempos difíciles, en lugar de quejarnos de lo que la pandemia nos impide hacer, hagamos algo por los que tienen menos: no el enésimo regalo para nosotros y nuestros amigos, sino para una persona necesitada en la que nadie piensa. Y otro consejo: para que Jesús nazca en nosotros, preparemos el corazón: vayamos a rezar. No nos dejemos arrastrar por el consumismo: “Tengo que comprar los regalos, tengo que hacer esto y lo otro…” Ese frenesí por hacer tantas cosas…, cuando lo importante es Jesús. El consumismo nos ha secuestrado la Navidad. No hay consumismo en el pesebre de Belén: allí está la realidad, la pobreza, el amor. Preparemos el corazón como hizo María: libre del mal, acogedor, dispuesto a acoger a Dios.
La Navidad sea para cada uno ocasión de renovación interior, de oración, de conversión, de pasos adelante en la fe y de fraternidad entre nosotros. Miremos a nuestro alrededor, miremos sobre todo a los indigentes: el hermano que sufre, dondequiera que esté, nos pertenece. Es Jesús en el pesebre: el que sufre es Jesús. Pensemos un poco en esto. Y que la Navidad sea una cercanía a Jesús en este hermano y en esta hermana. Está allí, en el hermano necesitado, el pesebre al que tenemos que ir con solidaridad. Este es el belén viviente: el belén en el que realmente encontraremos al Redentor, en las personas de los necesitados”.
Acojamos de buen corazón lo que, inspirado plenamente en la sagrada Escritura, nos dice el Papa. Que nuestra Navidad sea estar más cerca de Dios, más unidos en nuestra familia, y con algún detalle de amor a personas que están en peores condiciones que nosotros. Si no podemos acudir a los templos, el pesebre vivo es tu familia, son los pobres.
*El Cardenal Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
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