Hace algunos días leí en las redes sociales una disputa sobre la justicia de Dios en el juicio particular a la hora de la muerte, y la acción de la Virgen María en el momento postrero.
Hay un cuento sobre un hombre que murió, y cuyas culpas pesaban mucho en su juicio particular; fue entonces que cayó una lágrima de la Virgen María sobre el platillo que contenía sus obras buenas, y entonces el peso de sus buenas acciones fue superior a sus malas acciones en la balanza de la justicia.
Durante su vida, a pesar de sus muchos errores, nunca abandonó la devoción que le enseñara su mamá (que murió cuando era niño), por lo que todas las noches rezaba con fervor tres Ave María a su Madre del Cielo que -según había aprendido- nunca lo iba a abandonar.
La Virgen prometió a Santa Matilde, monja benedictina del siglo XIII, que quien rece diariamente tres Ave María, además de tener su auxilio durante toda su vida, tendrá una especial ayuda en el momento de su muerte, estando Ella presente “con una belleza tal que sólo con verla recibirá consuelo y las alegrías del cielo”.
Mucho más cercano es un testimonio que escuché del padre Trampitas, quien dedicó su vida a evangelizar a los presos de las Islas Marías.
Entre sus miles de relatos de conversiones de delincuentes y asesinos que la sociedad desechó por su peligrosidad, platicó el de una mujer que, aun estando presa, seguía cometiendo delitos.
Un día esta mujer cayó de una gran altura y cuando el sacerdote se le acercó, lo corrió diciendo que no se confesaría. Con su peculiar don, el padre Trampitas le respondió que sólo quería verla morir.
Pasado un rato, le preguntó qué había aprendido en el orfanatorio de monjas donde había crecido, y ella recordó la oración de Bendita sea tu pureza. Relataba aquel gran sacerdote como la mujer gritaba “¡No me dejes Madre mía!” y al final de su vida murió con la paz que nunca tuvo.
Y este 12 de diciembre volvimos a ser testigos del amor que mueve multitudes, el que inspira la Virgen de Guadalupe Reina de México y Emperatriz de América, que acoge a todos, que espera a todos, y ama a todos sin excepción.
La Madre que igual recibe a artistas, políticos, extranjeros y migrantes que la buscaron con la fe y la confianza que requieren para continuar su camino.
Quizá podríamos dejar por un momento el club de “nosotros los buenos” donde creemos tener la medida de la justicia que le corresponde a Dios, para implorar misericordia y aferrarnos al amor de la Madre que nos acerca a su Hijo.
En estos días de Adviento, y no obstante los momentos difíciles que vivimos, el corazón se colma de ternura en la espera del fruto de aquel Sí de María que año tras año celebramos con gratitud y renueva nuestra esperanza.
*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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