Columna invitada

Una Iglesia de todos, todos, todos

Uno de los grandes debates al interior de la Iglesia es el que se realiza en torno a determinar quiénes son los que pertenecen a ella. Con ello, se debate sobre la propia identidad eclesial. Generalmente quienes ponen límites, excluyen y dejan fuera a los que no son como ellos, son grupos fundamentalistas que permanecen en la lógica de lo puro -impuro. Es decir, que excluyen a partir del imaginario que considera a la Iglesia como un grupo de privilegiados no pecadores. Es lo que algunos eclesiólogos llaman, una iglesia de aduanas, más apegada a requisitos canónicos que a la misericordia.

El Papa Francisco ha insistido que en la Iglesia cabemos todos, que la iglesia es un hospital de campaña, que no tiene fronteras, y que es una madre misericordiosa, una madre abierta a todos. El Papa ha ofrecido una figura de la Iglesia como un poliedro dejando atrás aquella figura piramidal propia de una eclesiología anterior al Concilio Vaticano II. El poliedro permite que cada parte conserve su originalidad, en ella no hay uniformidad como en una esfera. Permite ver que la unidad no depende de que todo sea equidistante, sino que en el poliedro, las diferencias constituyen armoniosamente el todo.

Aprovechando la sensibilidad de su auditorio, el Papa en la Jornada Mundial de la Juventud recientemente finalizada en Portugal, les recordó a los jóvenes que en la Iglesia cabemos todos:
«Amigos, quisiera ser claro con ustedes (…). En la Iglesia hay espacio para todos. En la Iglesia ninguno sobra, ninguno está de más. Hay espacio para todos, así, como somos. Jesús lo dice claramente (…): «Vayan y traigan a todos, jóvenes y viejos, sanos y enfermos, justos y pecadores». Todos, todos, todos. En la Iglesia hay lugar para todos (…). Repitan conmigo, cada uno en su idioma: «Todos, todos, todos».

Estas palabras generan diversas reacciones. Regocijo para quienes trabajan en fronteras y buscan el diálogo con diferentes actores sociales. Por otro lado, los puristas tratando de poner acentos a lo dicho por el Papa que en la Iglesia cabemos todos, afirman, por ejemplo: “pero no se acepta el pecado”, “pero no quien no quiera convertirse”. Esos acentos son las aduanas que dejan fuera a quienes precisamente Jesús se acercó.

Es interesante también que el Papa dice “repitan cada uno en su lengua”. Esta afirmación también podemos aplicarla, cada uno de nosotros, en nuestra propia cultura y en nuestro propio entorno. En el mundo, como en la Iglesia, todos cabemos. Para hacernos fratelli tutti, hermanos todos, debemos repensarnos como una humanidad que acepta a todos con sus diferencias y desde sus propios horizontes. La iglesia, las instituciones y los grupos sociales, bajo esta lógica, deben repensarse para no ser excluyentes. Cuando se excluye, se vive un tipo de individualismo en el que los que excluyen se creen superiores a los que dejan fuera. Se pueden considerar cristianos, pero en realidad viven una especie de Ku Klux Klan.

En la Iglesia cabemos todos, los que comparten la idea de inclusión y también caben los que no comparten esa idea. Lo interesante será ver cuál es el horizonte de la iglesia por venir. O hay un retorno a una Iglesia de aduanas que excluye, o seguimos en la línea de una Iglesia abierta, incluyente, samaritana y misericordiosa que acepta a todos; y desde esta idea de ser Iglesia, ir construyendo una sociedad y unas instituciones incluyentes.

*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Gerardo Cruz González

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