Después de mucho tiempo en que toda la preparación para la cuaresma terminaba para la mayoría de las personas con el carnaval, olvidando deliberadamente que con el Miércoles de Ceniza comienza uno de los tiempos especiales en el calendario cristiano a fin de prepararnos personal y comunitariamente para la más importante celebración de la fe, la Pascua, este año 2020, se han entrecruzado las fechas con una peligrosa pandemia.
Esto ha obligado al mundo entero a vivir en el clima de la cuaresma cristiana que se abre con las palabras bíblicas: ‘recuerda que polvo eres y en polvo te convertirás’ junto a la exhortación que debe guiar esta cuarentena espiritual: ‘conviértete y cree en el Evangelio’.
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En un momento inesperado y con la amenaza de un virus prácticamente invisible, el mundo se ha visto envuelto en una ola contagiosa de grandes proporciones en pleno siglo XXI, que ha provocado una parálisis pocas veces vista. Cancelados los viajes y las visitas turísticas, suspendidas las actividades escolares y culturales, limitadas las actividades laborales y comerciales, salvo las más indispensables, recluidos muchos en sus casas, confinados a los espacios más cercanos, dejando de lado las diversiones, las fiestas y las reuniones, todo, como un gran esfuerzo personal y social para conservar la salud.
La soberbia del hombre moderno ha sido doblegada por un mal microscópico que pone en riesgo la vida de muchos; no ha sido suficiente nuestro enorme desarrollo científico y técnico para evitar esta amenaza que nos recuerda a todos la fragilidad de nuestra existencia y la realidad de la muerte. Qué mejor momento para valorar lo verdaderamente importante y vivir esta cuarentena que nos preserva la salud corporal, convirtiéndola en la cuaresma que nos lleva a la salud espiritual: ‘de qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma’ (Mc 8,36), nos advierte Jesús, añadiendo con mayor intensidad, ‘no tengan miedo a quien puede matar el cuerpo pero no puede matar el alma’ (Mt 10,28), teman más bien a quien puede acabar con el espíritu, con la fe , con la esperanza, con la vida plena.
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La cuaresma nos prepara para celebrar un hecho fundamental que le da sentido a toda nuestra existencia: la Pascua de Jesucristo, la nueva creación por la misericordia divina en medio de nuestra errática historia humana. El paso de la oscuridad de la muerte hacia la luz incandescente de la resurrección.
La Semana Santa está marcada por los tonos graves de la pasión y muerte de Jesucristo, reflejo de la parte negativa de nuestra condición humana: la injusticia, la traición, la crueldad, la cobardía, la manipulación, la ausencia de Dios y la muerte. En el crucificado están todos los rostros de las víctimas inocentes y todas las expresiones del mal que agobian y desfiguran la vida humana. Jesucristo abraza desde la Cruz todas nuestras experiencias para redimirlas mediante la entrega de su vida como el más grande signo del amor de Dios por su creatura, transforma el sentido del sufrimiento y el sinsentido de la muerte con la manifestación gloriosa y definitiva de la Resurrección.
Esta Semana Mayor están cerrados los templos, faltan las manifestaciones externas de nuestra piedad, pero no deja de celebrase como cada año, más aún, con mayor intensidad que otros años, el gran misterio de nuestra salvación. Motivados por las celebraciones litúrgicas que podemos seguir a través de los distintos medios de comunicación, esta Semana Santa es especial, experimentamos el sufrimiento, el dolor, la angustia y el miedo que Jesús tomó sobre sus hombros para crucificarlos en su Cruz con el sello del amor de Dios por todos y cada uno, en el silencio elocuente de la entrega total de su vida para darnos vida. Dios que se ha manifestado en Jesucristo, es el Dios del amor hasta la Cruz y por la Cruz, sin la cual no hay resurrección.
Esta pandemia, como tantos otros momentos de angustia a lo largo de la historia, es solo un capítulo más que nos debe ayudar a reencontrarnos con lo importante de nuestra vida, la solidaridad, la generosidad, la fraternidad entre nosotros, y la humildad y gratitud ante Dios. Dios es amor y nada podrá separarnos del amor que nos ha manifestado en Cristo Jesús, Señor nuestro (Rom 8,39).
El extraordinario mensaje del Papa Francisco, en su bendición extraordinaria Urbi et Orbi, recordó al mundo entero que en esta barca zarandeada por las olas y los vientos vamos todos, nadie se salva solo, sin embargo, en esta barca estamos acompañados por Cristo que cuida de todos y pide la confianza de cada uno.
El padre Mario Ángel Flores es Rector de la Universidad Pontificia de México, y presidente de la Asociación Mexicana de Instituciones de Educación Superior de Inspiración Cristiana (AMIESIC).
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