– ¿Porqué tiene ese paquete aparte? Preguntó la clienta, en la tortillería.
– Son tortillas irregulares,
– Ah, caray, (respondió asombrada), esas son de las mías, ¿me las vende por favor?
– ¿En serio las quiere?
– Por supuesto

Conmovida la dependienta, le dice:
– Se las regalo

Mucho le habían hablado a Lupita, de su condición irregular en la Iglesia, que había acabado por creérsela, y ahora iba a la parroquia, sin acercarse a comulgar, por su condición de divorciada vuelta a casar, pero eso sí, nadie la quitaría del coro, donde domingo a domingo con mucho celo y muy alto fervor, cantaba en misa de 6 de la tarde.

Durante la celebración, siempre hablaba con el Señor. Estaba conectada con él. Cuando cantaba, cuando rezaba, cuando meditaba en su interior, lo sentía tan cerca.

Un domingo, después de misa, ya sin gente en el templo, mientras su esposo recogía las guitarras y las bocinas, y las llevaba al carro; ella, con los cables y los micrófonos en las manos, ya también de salida, pasó por enfrente de los escalones que conducen al altar, y de repente, observó que, por debajo, en dirección al pasillo central, algo blanco sobresalía, se acercó más, y dejando en el suelo cerca de las bancas todo lo que traía, con reverencia se arrodilló, al darse cuenta, que era una hostia que, inesperada y clandestinamente se le asomaba (también con complicidad, sin duda).

La hostia clamaba, solo Lupita la oía, que estaba atorada, que no podía zafarse, y le pedía su ayuda.

Ella, estupefacta, como si una luz invadiera su rostro, como si un agudo golpe recibiera en su corazón, dijo, es Jesús mi Señor, (y pensó: se cayó del copón, y ahora está en el suelo, el pobre, maltratado, sucio y cansado), y se dijo para sí: Esta hostia es para mi, el Señor quiso quedarse, quiso esperarme, para que yo lo recogiera, y sin pensarlo dos veces, se inclinó, se postró, y acercando solo sus labios, la levantó del piso, y la comulgó.

No hubo nadie más en ese momento, solo ella y el Señor.

Varios años después, se acercó conmigo, para revelarme su secreto, esperando evidentemente una respuesta mía; no sé cuál esperaba, yo solo atiné a decir:

Así ama el Señor

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

Mons. Alfonso G. Miranda Guardiola

Es Obispo de la diócesis de Piedras Negras

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