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Parece que no tienen alma, pues no tienen corazón, no tienen entrañas, no tienen sentimientos, no tienen compasión. Matan, destrozan, extorsionan, amenazan, roban, descuartizan, incendian locales y personas, secuestran, enrolan jóvenes contra su voluntad, se adjudican territorios por la fuerza armada, y hasta parece que el gobierno teme enfrentárseles, pues deja a los ciudadanos indefensos y sin tener a quién acudir, más que a Dios y a la Virgen.

Unas dos semanas antes de la masacre en el bar de Coatzacoalcos, estuve en esa ciudad, acompañando los ejercicios espirituales de los seminaristas. En dos ocasiones, puede darme una vuelta por la ciudad y me llamó mucho la atención ver varios hoteles, comercios, casas y edificios abandonados. Al preguntar el motivo, me explicaron que muchas personas han abandonado el lugar porque no pueden sobrevivir con las extorsiones, con las exigencias de grupos delincuenciales de pagar “piso” con cobros totalmente injustos; abandonaron la ciudad para escapar de esta racha extorsionadora, pues parece que la gente buena y decente sólo tendría que trabajar para esos grupos. La sociedad se siente sin armas para defenderse.

El gobierno quiere atacar el fondo del problema, procurando trabajo y educación para los jóvenes, lo cual es muy laudable, pero dice no estar dispuesto a seguir la “guerra” contra el narcotráfico en la misma forma que sus antecesores. Mientras tanto, la inseguridad y la violencia crecen, generando una sensación de miedo, de angustia e indefensión.

Cierto que los jóvenes, para no ser enrolados por esos grupos, necesitan escuela y trabajo, y los programas gubernamentales para atender esa prioridad merecen nuestro apoyo; pero el problema es que ya hay muchos adolescentes, jóvenes y adultos enrolados en esos grupos, que disponen de mucho dinero, fruto de su criminalidad, y no van a dejar su oficio con bonitas palabras, con promesas, sino con la única fuerza que es capaz de contenerlos y exterminarlos. Si no le quieren llamar “guerra contra los narcos”, no le llamen así; pero hagan algo más para proteger al pueblo, al cual se deben. Y nosotros incentivemos nuestra pastoral evangelizadora, para ofrecer una formación del corazón que respete los derechos de los demás, a partir del encuentro con Cristo vivo y redentor.

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Pensar

Cuando el Papa Francisco vino a México, advirtió a los gobernantes y políticos: “Un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.

Y a los obispos nos dijo:

“Me preocupan particularmente tantos que, seducidos por la potencia vacía del mundo, exaltan las quimeras y se revisten de sus macabros símbolos para comercializar la muerte. Les ruego por favor no minusvalorar el desafío ético y anti cívico que el narcotráfico representa para la juventud y para la entera sociedad mexicana, comprendida la Iglesia.

La proporción del fenómeno, la complejidad de sus causas, la inmensidad de su extensión, como metástasis que devora, la gravedad de la violencia que disgrega y sus trastornadas conexiones, no nos consienten a nosotros, Pastores de la Iglesia, refugiarnos en condenas genéricas, sino que exigen un coraje profético y un serio y cualificado proyecto pastoral para contribuir, gradualmente, a entretejer aquella delicada red humana, sin la cual todos seríamos desde el inicio derrotados por tal insidiosa amenaza. Sólo comenzando por las familias; acercándonos y abrazando la periferia humana y existencial de los territorios desolados de nuestras ciudades; involucrando a las comunidades parroquiales, las escuelas, las instituciones comunitarias, las comunidades políticas, las estructuras de seguridad; sólo así se podrá liberar totalmente de las aguas en las cuales lamentablemente se ahogan tantas vidas, sea la vida de quien muere como víctima, sea la de quien delante de Dios tendrá siempre las manos manchadas de sangre, aunque tenga los bolsillos llenos de dinero sórdido y la conciencia anestesiada” (13-II-2016).

Actuar

Oremos por nuestros gobernantes y por la conversión de esos grupos. La oración es un arma muy poderosa. Y desde la familia, hay que educar para el trabajo, para el respeto a los demás, para la solidaridad, no abandonando a los propios hijos, ni destruyendo el propio hogar, porque de familias desintegradas se sirve el demonio para destruir a la sociedad.

Publicado originalmente en Catholic.net 

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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