Ver

Que hay muchos problemas, ni quién lo niegue. Que hay muy buenas intenciones de erradicar la corrupción pública, es muy laudable, pero no fácil de conseguir. Que se pretende enderezar la política, es un anhelo plausible, pero hay mucha distancia para que sea un hecho. Que hay mucho robo de gasolina y de otros recursos públicos, no hay día en que no tengamos más datos al respecto. Que si el actual Presidente de la República insiste en el amor al prójimo, en no robar, en seguir su “Cartilla Moral”, es motivo de burla, de risa, de ataques, porque dicen que se está volviendo un predicador moralista, algo ajeno al régimen laico que tiene como norma el país.

Que muchos matrimonios se están destruyendo y que, en consecuencia, los hijos sufren la separación de sus padres, es un dato innegable. Muchos esposos ya no se soportan y su primera opción es separarse, porque se han provocado heridas muy profundas, por infidelidades, golpes, ofensas. En varios casos, ciertamente lo más sano y justo es una separación, temporal o definitiva, mientras las cosas no cambien. Proponerles que se perdonen, que se reconcilien, pareciera no sólo imposible, sino hasta inhumano e injusto. Se alegan derechos humanos, que ya han sido pisoteados por una u otra parte, e invitarles a amarse y salvar su hogar, pareciera sin sentido.

Un taxista me contó su historia. No conoció a su padre. Su madre lo abandonó cuando tenía ocho años, y luego se enteró de que se había vuelto alcohólica y le perdieron la pista. Fue la abuela materna quien cuidó de él. Dice que, aunque reconoce lo que ésta hizo por él y le está muy agradecido, siempre llevó en su corazón un vacío, que al principio no se explicaba; luego cayó en la cuenta de que era porque le faltaba un padre, y nada sabía de su madre. Sufrió muchas carencias con su abuela, pero lo sacó adelante; sin embargo, aún ahora resiente la falta de amor materno y paterno. Durante varios años se refugió en el alcohol y en otras cosas, hasta que enderezó su vida.

Un adolescente me confió que vive solo con su padre, porque su madre se separó de ellos, llevándose a una hermanita. Me cuenta que cada semana va con su madre y tiene que convivir con “el novio de su mamá”… ¡Qué dramas tan intensos! No le falta nada material, pero carece de un hogar integrado y armónico. En los esposos, se acabó el amor, si es que lo hubo un tiempo, y cada quien hace su vida, sin importar el corazón de los hijos. ¿En verdad los aman? Se aman más a sí mismos…

Pensar

El Papa Francisco nos recuerda que sólo el amor salva, sólo el amor nos hace ser personas, sólo el amor nos hace no dañar a los demás y no pensar sólo en nuestros derechos, sólo el amor nos asemeja a Dios, que es amor. Y el amor comprende, perdona, tolera, confía, espera, se desvive por hacer felices a los otros, aunque se hagan a un lado las propias necesidades. Poner en primer lugar a los demás, sobre todo a los hijos, es lo que salva un matrimonio. Sólo el amor salva una familia.

Dijo a los jóvenes en Panamá, en su Jornada Mundial: “El Evangelio nos enseña que el mundo será mejor cuando sean más las personas que estén dispuestas y se animen a gestar el mañana y creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. Sólo el amor nos vuelve más humanos, más plenos; todo el resto son buenos, pero vacíos placebos” (26-I-2019).

En su Exhortación Evangelii gaudium, ya nos había dicho hace más de cinco años: “Llegamos a ser plenamente humanos cuando somos más que humanos, cuando le permitimos a Dios que nos lleve más allá de nosotros mismos para alcanzar nuestro ser más verdadero” (No. 8). “La vida se acrecienta dándola y se debilita en el aislamiento y la comodidad. Los que más disfrutan de la vida son los que dejan la seguridad de la orilla y se apasionan en la misión de comunicar vida a los demás. La vida se alcanza y madura a medida que se la entrega para dar vida a los otros” (No. 10).

En su mensaje Urbi et Orbi del pasado 25 de diciembre, recalcó: “Dios es Padre bueno y nosotros somos todos hermanos. Esta verdad está en la base de la visión cristiana de la humanidad. Sin la fraternidad que Jesucristo nos ha dado, nuestros esfuerzos por un mundo más justo no llegarían muy lejos, e incluso los mejores proyectos corren el riesgo de convertirse en estructuras sin espíritu… La salvación pasa a través del amor… Entonces, nuestras diferencias no son un daño o un peligro; son una riqueza… La experiencia de la familia nos lo enseña: siendo hermanos y hermanas, somos distintos unos de otros, y no siempre estamos de acuerdo, pero hay un vínculo indisoluble que nos une, y el amor de los padres nos ayuda a querernos”.

Actuar

¿Qué podemos hacer para que nuestro país sea mejor? Ama a tu prójimo, empezando por tu familia, tu esposa, tu esposo, tus hijos, tus padres y abuelos. No sólo exijas derechos; edúcate para servirles, ayudarles, apoyarles, perdonarles, comprenderles, no hacerles sufrir indebidamente. No te separes de tu cónyuge, sino haz todo lo posible por seguir adelante, por el bienestar de tus hijos, aunque te cuesten sacrificios. En tu hogar, aprendes a amar a tus vecinos, evitando molestarles hasta con ruidos excesivos. En tu familia, unida por el amor, aprendes a amar a los miembros de tu pueblo, de tu colonia, de tu ciudad, de tu patria, evitando robos, extorsiones, secuestros, asesinatos, etc. El país cambiará si amas al prójimo, como Dios te ama a ti. Cree en la fuerza transformadora del amor. Sin amor, ni con más ejércitos y policías, ni con otras leyes, evitaríamos más ruina y desajuste social.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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