Suele suceder en estas fechas, que con la ternura que nos despierta el nacimiento del Niño en el portal de Belén, la esperanza se renueva y también nuestras expectativas para iniciar el año con nuevos proyectos, desafíos y metas. Los buenos sentimientos y los buenos deseos se hacen presentes y reciben toda nuestra atención por algunos días o quizá semanas.
Propósitos que van desde mejorar la vida espiritual, aprovechar mejor el tiempo, estudiar, leer, hasta hacer ejercicio, bajar de peso o viajar, y que generalmente se van desvaneciendo con el paso del tiempo y el regreso a la rutina que no obstante los festejos, sigue siendo la misma.
Quizá los sentimientos y deseos positivos no son suficientes para impulsar a la voluntad y mantenerla firme hasta transformar nuestros propósitos en los buenos hábitos y virtudes que pretendemos alcanzar.
Hay quienes dicen con toda razón, que no es necesario esperar el año nuevo para iniciar un cambio positivo en nuestras vidas, pero también es cierto que en estos días tan especiales para los cristianos, con el nacimiento de Jesús y el ejemplo de la Sagrada Familia, recibimos muchas Gracias especiales que pueden transformar nuestro corazón desde lo más profundo y llenarlo de amor por el Dios Niño y por todos por los que Él vino.
En un cambio de época, inmersos en un mundo en crisis en el que pareciera que el mal avanza a pasos agigantados; como cada año, la Navidad nos recuerda el valor de la Familia, el valor de la comunidad que acogió al Niño, y el significado de la Esperanza que Él trajo al mundo hace más de dos mil años, y que año tras año se renueva dándonos da la certeza de un futuro mejor, que nos invita también a construir.
Podemos intentar cambiar cualquier día, pero un cambio provocado por un corazón que recibe a Dios en lo profundo y no solo por sentimientos efímeros, nos dará la fuerza para cumplir objetivos personales que más allá de ayudarnos a ser mejores nos preparan para el servicio a los demás y ¡hoy el cielo está “oferta” con la Buena Nueva!
“Belén nos muestra la sencillez de Dios, que se revela a quien tiene un corazón puro y abierto. Dejémonos conmover por el amor de Dios que se hace hombre para salvarnos. Sigamos a Jesús, que se despojó de su gloria para hacernos partícipes de su plenitud” Papa Francisco.
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