Hay una carrera de empresas y gobiernos por crear la vacuna contra el SARS-CoV2, causante del COVID-19. Es de alabar que empresarios, con conciencia social, se sumen a esta tarea, impulsados no tanto por la ambición de hacer más dinero, sino por colaborar en la salud comunitaria.
A pesar de tanto sufrimiento y de tantas defunciones, todavía hay muchas personas, sobre todo jóvenes, que no le dan importancia a esta pandemia, y no sólo no se protegen al menos con el cubrebocas, sino que se exponen a contagiarse y contagiar a otros. Lo que les importa es divertirse, reunirse con más jóvenes y desfogarse sin control.
A pesar también de la incomprensión de algunos pocos católicos, nuestra Iglesia ha sido muy responsable en cuidar la salud de la comunidad, y apenas se empiezan a abrir los templos, para ir gradualmente volviendo a la normalidad pastoral. El Papa Francisco está dedicando sus catequesis de los miércoles a estos temas, y quiero compartir algo de lo que nos ha dicho recientemente, por su oportuno contenido.
En la audiencia del miércoles 5 de agosto, dijo: “La pandemia sigue causando heridas profundas, desenmascarando nuestras vulnerabilidades. Son muchos los difuntos, muchísimos los enfermos, en todos los continentes. Muchas personas y muchas familias viven un tiempo de incertidumbre, a causa de los problemas socio-económicos, que afectan especialmente a los más pobres.
Por eso debemos tener bien fija nuestra mirada en Jesús (cfr Hb 12, 2) y con esta fe abrazar la esperanza del Reino de Dios que Jesús mismo nos da (cfr Mc 1,5; Mt 4,17). El ministerio de Jesús ofrece muchos ejemplos de sanación. Cuando sana a aquellos que tienen fiebre (cfr Mc 1,29-34), lepra (cfr Mc 1,40-45), parálisis (cfr Mc 2,1-12). Cuando devuelve la vista (cfr Mc 8,22-26; Jn 9,1-7), el habla o el oído (cfr Mc 7,31-37), en realidad sana no solo un mal físico, sino toda la persona. De tal manera la lleva también a la comunidad, sanada; la libera de su aislamiento porque la ha sanado.
¿De qué modo podemos ayudar a sanar nuestro mundo, hoy? Como discípulos del Señor Jesús, que es médico de las almas y de los cuerpos, estamos llamados a continuar su obra de curación y de salvación en sentido físico, social y espiritual.
La Iglesia, aunque administre la gracia sanadora de Cristo mediante los Sacramentos, y aunque proporcione servicios sanitarios en los rincones más remotos del planeta, no es experta en la prevención o en el cuidado de la pandemia. Y tampoco da indicaciones socio-políticas específicas. Esta es tarea de los dirigentes políticos y sociales. Sin embargo, a lo largo de los siglos, y a la luz del Evangelio, la Iglesia ha desarrollado algunos principios sociales que son fundamentales y que pueden ayudarnos a ir adelante, para preparar el futuro que necesitamos. Cito los principales, entre ellos estrechamente relacionados entre sí: el principio de la dignidad de la persona, el principio del bien común, el principio de la opción preferencial por los pobres, el principio del destino universal de los bienes, el principio de la solidaridad, el principio de la subsidiariedad, el principio del cuidado de nuestra casa común. Estos principios ayudan a los dirigentes, a los responsables de la sociedad a llevar adelante el crecimiento y también, como en este caso de pandemia, la sanación del tejido personal y social. Todos estos principios expresan, de formas diferentes, las virtudes de la fe, de la esperanza y del amor.
Nuestra tradición social católica puede ayudar a la familia humana a sanar este mundo que sufre de graves enfermedades. Es mi deseo reflexionar y trabajar todos juntos, como seguidores de Jesús que sana, para construir un mundo mejor, lleno de esperanza para las generaciones futuras”.
El episcopado mexicano ha promovido, por medio de sus Comisiones y Dimensiones, diferentes servicios de apoyo a la salud, a la alimentación, al trabajo. Tú, también, como Iglesia que eres, puedes seguir haciendo algo por los demás, sobre todo por aquellos que más lo necesiten. No te quedes indiferente, como si todo dependiera sólo de los gobiernos; cada quien podemos aportar algo a la sanación integral de la comunidad, a su bienestar físico, moral, familiar, laboral, alimenticio, sanitario, educativo y espiritual.
*Mons. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas, Chiapas.
Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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