A la hora de la comida, una familia católica se reúne en torno a la mesa y reza para agradecer los alimentos, bendecir a quienes los prepararon y pedir por el bienestar de sus seres queridos. Esa acción prepara a todas y todos para un acto que, además de cubrir una necesidad básica del cuerpo, nutre una del alma.
Si alguno de los integrantes del núcleo familiar pasa por un momento difícil, como alguna decepción, confusión o incluso enfrenta una enfermedad, compartir en la mesa les recuerda quién estará por ellos a cada instante.
Cada octubre es el Mes Rosa en conmemoración de la lucha contra el cáncer de mama, una oportunidad para generar conciencia sobre la prevención de esta enfermedad que provoca la muerte de una mujer cada dos horas, según el Instituto Mexicano del Seguro Social.
Una de las complicaciones que enfrentan las pacientes es que el cáncer no solo les afecta a ellas, sino también a quienes las cuidan, y eso llega a provocarles sentimientos de culpa. Así lo hemos registrado a través del servicio de apoyo psicológico gratuito que ofrece la Línea de Seguridad y el Chat de Confianza del Consejo Ciudadano, ambos en el 55 5533 5533.
Debido a los cambios en la rutina, el impacto económico del tratamiento y el dolor emocional y psicológico, se necesitan momentos de convivencia en los que puedan simplemente disfrutar y acompañarse. Uno de ellos es la hora de la comida.
Desde elegir el menú hasta destinar un horario específico para estar en familia o hacer sobremesa, comer juntos ofrece grandes beneficios. Un estudio de The Family Dinner Project concluyó que las personas que comparten alimentos con sus familias tres o más veces a la semana fortalecen su comunicación, son más resilientes y, en definitiva, más unidas.
Otro estudio académico asocia las comidas familiares frecuentes con una mejora en el estado mental de los integrantes de un hogar. Las conversaciones, compartir gustos e incluso los químicos que genera el cuerpo al ingerir ciertos nutrientes ayudan a liberar estrés y aumentar la sensación de bienestar.
No se trata de sentarse a comer sino de sentarse a la mesa a compartir. En ese sentido, reforzar comportamientos positivos como agradecer, servirse unos a otros sin importar la edad, invitar una probadita, elogiar a quien cocinó u ofrecerse a poner y recoger la mesa o lavar los trastes constituyen una serie de atenciones compartidas. Y lo más importante: una persona enferma no queda fuera de esta ecuación, ya que el sentido de normalidad que le ofrece realizar estas actividades con sus seres queridos también le genera mayor bienestar.
Comer en familia es una oportunidad para alimentar cuerpo y alma, para sanar.
*Los artículos de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.
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