Hoy no se habla en la ciudad, se ha silenciado y ocultado detrás de un cubre bocas, hacer el tradicional recorrido turístico que inicia desde el metro Ottaviano, cerca del Vaticano y encontrar a la policía que custodia la Plaza de San Pedro y sólo mirar alguna gaviota que cruza el cielo, es lo que habita en este tiempo; no hay quien te ayude a tomarte la foto, después de las medidas adoptadas por el cierre de todos los negocios en Italia, sólo se busca la manera de salir para los turistas que les toco esta emergencia sanitaria.

La Plaza de San Pedro, vacía durante la pandemia de coronavirus. Foto: Pablo Esparza

Lo que se escucha en San Pedro ahora es el rodar de las maletas que llevan los turistas que huyen de la ciudad, hoy la batalla del visitante es encontrar un vuelo para regresar a sus casas, porque reciben las notificaciones de cancelaciones, e intentan encontrar alguna vía, alguna conexión para salir.

Personas con maletas cruzan la Plaza de San Pedro, en el Vaticano. Foto: Pablo Esparza

Qué escribiría Pasolini si viviera esta situación, Fellini aprovecharía para filmar no sólo en una fuente de Trevi con Anita Ekberg y Marcello Mastroianni, el desierto romano es espectral, cuántos silencios ha vivido Roma en sus más de 2000 años de antigüedad.

La Roma cristiana ha cerrado sus puertas, no hay misas, la Roma profana ha cerrado sus cafés, bares y restaurantes, el tiempo del aperitivo se ha detenido.

Italia se encuentra en estado de emergencia por la pandemia de coronavirus. Foto: Pablo Esparza

La dolce vita vive en cuarentena, las heladerías han bajado sus cortinas, el paseo por caminar en sus plazas y áreas verdes no es posible, sólo se puede uno mover por razones de trabajo o necesidades esenciales como ir al supermercado o a la farmacia, hoy sólo queda permanecer en casa.

El san pietrini, el suelo romano descansa del andar de una ciudad, el paisaje de soledad es atemorizante, hoy habla el Tíber, el eterno acompañante de esta ciudad, sus aguas mansas susurran, mientras que la Piazza Navona te recibe con tres fuentes y un obelisco, pero el paladar extraña un tiramisú o un limoncello.

Fotógrafos en la Plaza de San Pedro. Foto: Pablo Esparza

Se abandona la Piazza Navona para llegar al Pantheon, y hoy es eso, un sepulcro donde no se escucha nada, donde se ha enterrado una vida de alegría, de bohemia, de besos y músicos de calle que van con su guitarra cantando las canciones que gustan al mundo.

Serpenteo las angostas calles del centro de Roma para ir a la Fontana de Trevi. Tal vez ahí sí me encuentre turistas. Aquí siempre hay que esperar su turno para poder tirar la moneda de espaldas y regresar un vez más a Roma como dice la leyenda, pero sucede lo mismo, no hay personas; tal vez cerraron el espacio para otra película al estilo de Federico Fellini, pero no. Hoy la majestuosa fuente esta sola con sus monedas bajo el agua.

Los policías son los únicos centinelas que acompañan a Neptuno. Me llaman para preguntarme qué es lo que estoy haciendo en la calle, les digo que soy un fotoperiodista en servicio, me piden mis documentos para realizarme el permiso que se debe tener para poder estar en la calle, continuo mi camino.

Una mujer ora de rodillas frente a la Basílica de San Pedro, cerrada por la pandemia de coronavirus. Foto: Pablo Esparza

Me dirijo hacia la Piazz di Spagna con su fuente y escalinata siempre tapizada de visitantes que comían un helado en ellas, hoy sólo está el vacío y el agua que rumorea en su fuente, subo la escalinata para llegar a la Iglesia de Trinità dei Monti y contemplar la incertidumbre que habita en Roma.

Sigo en mi trayecto para llegar a la Terraza del Pincio, y el resultado es el mismo, nadie, miro la Piazza del Popolo triste, sólo las palomas y gaviotas que no encuentran qué comer, vuelan en un espacio de quietud.

Las calles de Roma durante la pandemia de coronavirus. Foto: Pablo Esparza

Roma ha cambiado, escuchar a la distancia el caer del agua de las fuentes que hay en Cola di Rienzo, una de las avenidas principales de la ciudad donde está llena de negocios mirando a la distancia el vacío, adónde se fue la vida de la capital italiana.

Las cúpulas del centro de la cristiandad permanecen estáticas en una Roma eterna que grita y canta todos los días a las seis de la tarde desde sus balcones con sartenes, cucharas de madera, instrumentos musicales para enviar sus mejores deseos a Lombardia y a todo Italia con la esperanza de que irá todo bien, andrà tutto bene.

 

*El autor es fotoperiodista cubriendo el Vaticano con 20 años de experiencia.

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

Pablo Esparza

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