La religión siempre ha sido un factor unificador de la identidad nacional. Al darnos un sentido de pertenencia y de vida, nos permite entender qué significa ser parte de aquello que nos trasciende como la nación, una cultura y una manera de ser y ver la vida según nuestro sitio de origen.

No me refiero a otorgar un carácter sagrado al orgullo nacional, sino de trasladar valores humanos y de la comunidad católica, como la empatía, el respeto y la solidaridad, a nuestras acciones como mexicanas y mexicanos, recordando que nos enlaza una historia, un territorio y la herencia de nuestros antepasados.

En el marco de las celebraciones de la Guerra de Independencia, cuyo símbolo está indudablemente marcado por el estandarte de la Virgen de Guadalupe que portó el cura Miguel Hidalgo, pensemos en fortalecer la cultura de paz que identifica a las personas de fe y que necesita nuestro país.

Las más grandes proezas de la humanidad, en todos los tiempos, se han logrado en nombre de la familia, la religión o la patria.

El amor a la patria es muy parecido al amor hacia las madres y los padres, un sentimiento natural que algunos cristianos colocan en la categoría de virtud religiosa.

Santo Tomás de Aquino, incluso, lo relaciona con el cuarto mandamiento al decir: “Después de Dios, el hombre lo debe todo a los padres y a la patria. Y como es cosa de la religión venerar a Dios, por consiguiente, es cosa de la piedad estimar a los padres y a la patria”.

Bajo esa noción, en nombre de la patria y la identidad nacional podemos desde nuestra comunidad trabajar para fortalecer la paz y las relaciones armónicas que nos lleven a vivir en espacios seguros.

Las y los mexicanos deseamos que todas y todas las personas puedan ser libres, participativas, responsables e informadas; con la capacidad de ejercer y defender sus derechos, y que participen en la vida política, social y económica.

Anhelamos que se conozcan y respeten a sí mismas, valoren su identidad y reflexionen sobre sus actos; que se reconozcan como iguales y se relacionen con empatía tanto con sus conciudadanos, como con otras culturas y naciones.

Estos valores, propios de una nación libre y democrática, nos recuerdan que aun con todos los “Méxicos” distintos que hay en el vasto territorio somos uno. “No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús”, dijo Gálatas en 3:26-29.

Así podemos contribuir a engrandecer a México, como lo hicieron las heroínas y héroes que nos dieron patria.

 

Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la fe.

 

Salvador Guerrero Chiprés

Coordinador del Centro de Comando, Control, Cómputo, Comunicaciones y Contacto Ciudadano de la Ciudad de México (C5 CDMX).

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