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En un sondeo de opinión pública realizado, hace dos años, por una confiable firma encuestadora, las instituciones en las que se tiene más confianza fuimos las universidades, la Iglesia y el ejército. Por lo contrario, quienes fueron calificados con menos confianza fueron los políticos y sus partidos. Esto se refleja también en el abstencionismo que persiste en las elecciones, a pesar de tanta propaganda de los diferentes partidos, que nos quieren convencer que los apoyemos, y a pesar de que también la jerarquía eclesiástica insiste a todos a participar con un voto razonado. Es muy grave que se descalifique, en estos momentos de la contienda electoral, al Instituto Nacional Electoral (INE), sólo porque toma decisiones que no complacen al partido mayoritario.

Esta desconfianza se acrecienta porque hay candidatos a quienes lo que les importa es obtener un puesto, aunque cambien de partido. No es una ideología la que les mueve, sino un interés, económico o de otra índole, aunque lo disfracen con discursos bonitos y con promesas demagógicas. Pareciera que algunos se imaginan que sólo ellos saben hacer bien las cosas, que su grupo o su familia son los únicos que valen, y por ello no quieren dejar el poder. Se perpetúan de una u otra forma. Esta degradación de la política es la que a muchos les hace desconfiar de partidos y de procesos electorales.

Es muy grave que la designación de candidatos sea por presiones de grupos económicos, o peor aún, por imposición de narcotraficantes o grupos de extorsionadores y delincuentes, quienes con su dinero quieren inclinar la balanza a favor de la persona que está dispuesta a acatar sus indicaciones, so pena de muerte para él y para los suyos. El dinero no puede ser el que define quién gana una elección, mucho menos el mal habido.

Pensar

El Papa Francisco, en su exhortación Fratelli tutti, afirma: “Para muchos la política hoy es una mala palabra, y no se puede ignorar que detrás de este hecho están a menudo los errores, la corrupción, la ineficiencia de algunos políticos. A esto se añaden las estrategias que buscan debilitarla, reemplazarla por la economía o dominarla con alguna ideología. Pero, ¿puede funcionar el mundo sin política? ¿Puede haber un camino eficaz hacia la fraternidad universal y la paz social sin una buena política?” (176).

“Me permito volver a insistir que la política no debe someterse a la economía y ésta no debe someterse a los dictámenes y al paradigma eficientista de la tecnocracia. Aunque haya que rechazar el mal uso del poder, la corrupción, la falta de respeto a las leyes y la ineficiencia, no se puede justificar una economía sin política, que sería incapaz de propiciar otra lógica que rija los diversos aspectos de la crisis actual. Al contrario, necesitamos una política que piense con visión amplia, y que lleve adelante un replanteo integral, incorporando en un diálogo interdisciplinario los diversos aspectos de la crisis. Pienso en una sana política, capaz de reformar las instituciones, coordinarlas y dotarlas de mejores prácticas, que permitan superar presiones e inercias viciosas. No se puede pedir esto a la economía, ni se puede aceptar que ésta asuma el poder real del Estado” (177).

“Ante tantas formas mezquinas e inmediatistas de política, recuerdo que la grandeza política se muestra cuando, en momentos difíciles, se obra por grandes principios y pensando en el bien común a largo plazo. Al poder político le cuesta mucho asumir este deber en un proyecto de nación y más aún en un proyecto común para la humanidad presente y futura. Pensar en los que vendrán no sirve a los fines electorales, pero es lo que exige una justicia auténtica” (178).

“La sociedad mundial tiene serias fallas estructurales que no se resuelven con parches o soluciones rápidas meramente ocasionales. Hay cosas que deben ser cambiadas con replanteos de fondo y transformaciones importantes. Sólo una sana política podría liderarlo, convocando a los más diversos sectores y a los saberes más variados” (179).

Actuar

Los obispos mexicanos, al terminar nuestra reciente asamblea plenaria, hicimos estas exhortaciones: “Urge colaborar juntos en la búsqueda de soluciones para enfrentar la emergencia sanitaria, familiar, educativa, económica y de seguridad: ¡no hay tiempo para divisiones ni descalificaciones! Hemos de aprender a dejar nuestros intereses egoístas, individuales o partidistas, para alcanzar un diálogo por el bien de todos los mexicanos… A quienes nos gobiernan o aspiran a hacerlo, los invitamos a reflexionar en su papel fundamental en la promoción de acuerdos que ayuden a superar las crisis que estamos enfrentando. Las campañas que siembran división y polarizan la sociedad nunca serán un camino para el bienestar y la paz; tampoco ayudan las políticas públicas que atentan contra la dignidad de la persona, o contra el medio ambiente”.

“A los votantes los invitamos a ejercer su derecho al voto. Por eso les proponemos informarse lo más posible acerca de la persona y las propuestas que tiene el candidato para que las analicen desde su conciencia de modo que su voto sea libre, razonado y responsable, en coherencia con nuestros valores humanos y cristianos. Hemos de evitar ser cómplices de campañas de desinformación, del apoyo a candidatos que estén en contra de la vida, la institución matrimonial, la dignidad humana y de la libertad religiosa; así como el apasionamiento extremo que dañe los nexos familiares o sociales que nos unen. No nos dejemos comprar por dádivas o condicionar por amenazas de ningún tipo; nuestro voto ha de ser libre y soberano”.

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