Si tuvieras la opción de elegir el momento de tu muerte… ¿qué es lo que te gustaría estar haciendo cuando ésta llegue? No puedo saber cuál será tu respuesta, pero estoy muy segura que tendrá que ver con acciones y situaciones que te llenan de amor y de alegría.
Lo que tendríamos que cuestionarnos, también, es si lo que hacemos día con día nos acerca o nos aleja de nuestras posibilidades de salvación. Por alguna razón, el ser humano cree que siempre habrá tiempo para arrepentirse, disculparse, enderezar el camino y morir en paz, pero la realidad es que la muerte es a menudo tan inesperada como inevitable.
La salvación es hoy, no ayer ni mañana, por mucho bien que hayamos hecho en el pasado, si no persistimos en nuestras virtudes corremos el riesgo de caer en pecado y no morir en gracia de Dios. Así también, las buenas intenciones que no son llevadas a la acción no nos valdrán de mucho en el momento de ser juzgados ante nuestro Señor.
Sin embargo, lejos de preocuparnos por nuestra salvación y poner en orden nuestra vida conforme a la voluntad de Dios, nos ocupamos en satisfacer nuestros deseos y necesidades mundanas, nos aferramos a los rencores del pasado y nos agobiamos con nuestros temores ante un futuro incierto.
Es por eso que vivir en el presente es una de las vías más efectivas para trabajar en nuestra salvación. El hoy es siempre un nuevo comienzo, lleno de fe y esperanza para ser mejores. Esto lo plasmó con mucha claridad San Juan XXIII, quien escribió un “decálogo para la serenidad”, del cual he tomado 3 claves para que la muerte nos encuentre viviendo el en presente y esforzándonos por lograr la salvación de nuestra alma.
Vivimos deseando y añorando lo que no tenemos, creyendo que sólo en el momento de conseguirlo podremos ser felices. Sin embargo, la felicidad verdadera consiste en ser agradecidos con lo que ya tenemos hoy, valorar todo lo bueno que Dios nos ha brindado y no esperar a perderlo para comenzar a disfrutarlo.
No pidamos ser felices, pidámosle a Dios la sabiduría para darnos cuenta de que ya estamos en la felicidad, justo con lo que somos y lo que tenemos en este único momento.
2. “Solo por hoy me haré un programa detallado. Quizá no lo cumpliré cabalmente, pero lo redactaré. Y me guardaré de dos calamidades: la prisa y la indecisión”.
Un plan aterrizado evitará que actuemos de forma reactiva ante las situaciones difíciles de nuestra vida, nos permitirá ser más reflexivos, ordenados y efectivos en el manejo y aprovechamiento de nuestro tiempo, además de que podremos dejar atrás la procrastinación que tanto daño le hace nuestro crecimiento personal y espiritual.
3.“Solo por hoy creeré firmemente -aunque las circunstancias demuestren lo contrario, que la buena Providencia de Dios se ocupa de mí, como si nadie más existiera en el mundo”.
Los problemas, adversidades, perdidas y sufrimientos pueden agobiar nuestros días y es muy normal que nos sintamos así, pero no debemos abrazarnos al dolor y hacerlo parte de nuestra cotidianidad. Démosle una dimensión y un tiempo razonable, tengamos una relación sana con el sufrimiento, encomendándolo a las manos de Dios y confiando en su misericordia para comprender que Él jamás nos abandona.
“Los santos no nacieron santos; llegaron a la santidad después de una larga continuidad de vencimientos propios”. -Santa Micaela.
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