Columna invitada

¿Qué hace la Iglesia ante la pandemia?

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Iglesia no es sólo la jerarquía, sino todo el Pueblo de Dios. Son Iglesia en acción los creyentes médicos, enfermeras, farmacéuticos, encargados de la limpieza, autoridades civiles, científicos, agricultores, transportistas, policías, empresarios, etc., además de los sacerdotes, religiosas, misioneros, obispos y el Papa, todos implicados en ayudar a los afectados por ese minúsculo virus.

Hemos intensificado la oración, las celebraciones litúrgicas, sobre todo las Misas, las prácticas piadosas, los ayunos, para pedir a nuestro Padre del cielo curación de los enfermos, paz eterna de los difuntos, fortaleza y salud de los agentes sanitarios, sabiduría para los gobernantes. Esto es muy propio de nuestra vocación cristiana y de nuestro ministerio pastoral. No somos una ONG, sólo dedicada a obras sociales. Nos compete, y no lo podemos delegar ni descuidar, orar con más intensidad, convencidos de la milagrosa eficacia de la oración, sobre todo la litúrgica. Esto lo seguiremos haciendo, aun cuando pase la emergencia.

Leer: Ante la pandemia, ¿sirve rezar?

Sin embargo, Jesús no sólo predicaba y oraba, sino que curaba enfermos, daba de comer a los hambrientos, consolaba a los tristes. Nosotros no podemos seguir otro camino. El nos dijo que el amor y el servicio misericordioso a los pobres es lo esencial en que demostramos ser sus seguidores. Criticó a sacerdotes y levitas que sólo celebraban ritos en el templo, pero nada hicieron por el caído al borde del camino, víctima de asaltantes.

Hago una breve selección de obras sociales que hacemos en favor de quienes están sufriendo esta pandemia, no para presumir, sino para gloria de Dios y para animar a otros a hacer lo mismo. La inmensa mayoría de acciones quedan ocultas, por lo que nos recomendó Jesús: “Que tu mano izquierda no sepa lo que hace la derecha” (Mt 6,3).

El Papa ha regalado considerables cantidades de dinero, ventiladores y otros materiales médicos a hospitales y asilos. Ha compartido alimentos y otros apoyos a mendigos de Roma y a otras personas pobres, no porque sea rico, sino porque comparte lo que le llega. En muchas partes, como España, Italia, Francia y otros países de nuestra América, se han puesto a disposición del gobierno iglesias, seminarios, conventos, casas religiosas, para atender a enfermos. Las diferentes Caritas y muchas parroquias organizan comedores, despensas, medicinas y otras ayudas para personas que se han quedado sin trabajo y sin recursos. Siguen abiertas las más de cien casas de migrantes, asilos y orfanatorios. Hay cadenas de alimentos y medicinas, articuladas con empresarios que quieren ayudar, redes vecinales de solidaridad.

Son incuantificables las acciones caritativas que la imaginación del amor desarrolla por todos lados, y que nunca se divulgan en los medios informativos. No nos hemos quedado con las manos cruzadas, sólo lamentando la situación y criticando a los gobiernos. Como un sobrino mío, agricultor, que llevó algo de lo que produce, jitomates, cebollas, pepinos, etc., a unas religiosas que están pasando penurias. No faltan, sin embargo, quienes nada hacen, por egoísmo, miedo y flojera, o por ser sólo ideólogos de café que nunca dan un peso a los pobres.

Un ejemplo, entre tantos otros. La diócesis de La Paz, Baja California Sur, para la atención de pacientes COVID, facilitó dos clínicas, en “comodato”, a la Secretaría Estatal de Salud, una en La Paz y otra en San José del Cabo, más un centro que se ocupa de ordinario para la curación integral de adictos. Han organizado centros de acopio y reparto de despensas en casi todas las parroquias. Se han abierto comedores para gente necesitada y hay quien pueda llevarla a los hogares. Están en coordinación con organizaciones civiles y empresarios para garantizar alimentos básicos y un ingreso mínimo, al menos para 40,000 familias. Se subvenciona un asilo de ancianos desvalidos en Santa Rosalía, en coordinación con la delegación federal del bienestar.

Su obispo me comparte esta bella experiencia, que vivió el domingo pasado: “Celebré la Misa en la parroquia de la Divina Misericordia en San José del Cabo, situada en colonias populares de gente clase baja o media baja, con algunas colonias de clase media media. La Misa fue a puerta cerrada, pero trasmitida por redes. Las lecturas se prestaron para hablar de una comunidad encerrada por miedo, no a los judíos, sino al coronavirus; una comunidad que vive la fraternidad compartiendo sus bienes y ayudando a los pobres. Al acabar la Misa, observé cómo funcionaba el comedor para pobres. Desde que inició la cuarentena, empezaron a distribuir alimentos; actualmente dan más de 500 comidas diarias para llevar a casa, algunas llevadas directamente a personas que, por salud o edad, no pueden ir a recoger su platillo. La comida es ofrecida por familias que preparan y donan comida para 20, 50, 1000 personas, y es repartida por jóvenes voluntarios, un hermoso grupo consciente de los riesgos que corren al realizar esta tarea, coordinados por uno de nuestros seminaristas. Al final, con sana distancia, me reuní con los coordinadores (20 muchachos/as), les di las gracias, rezamos juntos, les di la bendición, para luego regresar a La Paz”. ¡Qué bella experiencia! Eso es vida, eso es cristianismo, eso es resurrección, eso es esperanza, eso es Iglesia. Aunque nunca salgan en televisión.

Leer: ‘Dona despensas’, una campaña de la Iglesia en México ante la pandemia

En la arquidiócesis de Toluca: Se reparten despensas a las familias necesitadas, con un pequeño apoyo económico. En algunas parroquias, hay centros para atender los problemas de violencia intrafamiliar, ansiedad, angustia, etc. Se insiste a los fieles que respeten las disposiciones de las autoridades sanitarias. Se exhorta a quienes tienen difuntos que eviten los acostumbrados velorios, para no ocasionar contagios masivos. Se sugiere que los cadáveres puedan ser cremados y depositar las cenizas cuanto antes, con la mínima concurrencia. Se difunden mensajes para combatir depresión, estrés y “fake news.” Se donan despensas a personas sin empleo y hay algunos comedores para pobres. Con el Consejo de Empresarios y la Pastoral del Trabajo, se promueve trabajo temporal para personas sin empleo.

PENSAR

El Papa Francisco, en un artículo para la revista española VIDA NUEVA, escribe: “Dios jamás abandona a su pueblo, está siempre junto a él, especialmente cuando el dolor se hace más presente. Es el soplo del Espíritu que abre horizontes, despierta la creatividad y nos renueva en fraternidad para decir: ¡Presente! (o bien, aquí estoy) ante la enorme e impostergable tarea que nos espera. Una emergencia como la del COVID-19 es derrotada en primer lugar con los anticuerpos de la solidaridad. No podemos permitirnos escribir la historia presente y futura de espaldas al sufrimiento de tantos. Es el Señor quien nos volverá a preguntar ‘¿dónde está tu hermano?’ (Gn, 4, 9)”.

Antes del Regina coeli del domingo pasado, dijo: “La respuesta de los cristianos en las tormentas de la vida y de la historia sólo puede ser la misericordia: al amor compasivo entre nosotros y hacia todos, especialmente hacia los que sufren, al que ya no da más, al que es abandonado. No el pietismo, ni el asistencialismo; sino la compasión, que viene del corazón” (19-IV-2020).

Ya había dicho, en la homilía dominical: Esta pandemia nos recuerda que no hay diferencias ni fronteras entre los que sufren: todos somos frágiles, iguales y valiosos. Que lo que está pasando nos sacuda por dentro. Es tiempo de eliminar las desigualdades, de reparar la injusticia que mina de raíz la salud de toda la humanidad. Aprendamos de la primera comunidad cristiana, que se describe en el libro de los Hechos de los Apóstoles. Había recibido misericordia y vivía con misericordia: ‘Los creyentes vivían todos unidos y tenían todo en común; vendían posesiones y bienes y los repartían entre todos, según la necesidad de cada uno’ (Hch 2,44-45). No es ideología; es cristianismo”.

ACTUAR

Abre tus ojos y tu corazón: Haz lo que puedas por quien sufre más que tú.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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