Alberto Quiroga
En una reunión, salió al tema de esas personas que recogen y almacenan cosas inútiles e inservibles. Conocidas como acumuladoras compulsivas, lo mismo pueden guardar el armazón de un paraguas que una cubeta agujereada.
Coincidió que todos conocíamos casos, y llegamos a hablar muy a fondo sobre el tema. Pero de una manera muy decidida, una de las señoras que estaba ahí comenzó a acaparar la charla, criticando fuertemente a esas personas que no se deciden a deshacerse de lo que no sirve. Llegó un momento en el que solamente ella hablaba.
Mientras la escuchaba, sin ganas de intervenir, recordé que no era esa la primera vez que su protagonismo acababa con una reunión, por lo que se determinó evitar invitarla en lo posible, pues siempre buscaba llamar la atención quejándose de hechos que ya tenían muchos años de ocurridos. Pero ahora estaba allí, criticando a los acumuladores de objetos, cuando ella era una acumuladora de resentimientos y protagonismos.
Considerando que siempre es más sencillo ver los defectos de los demás en lugar de los propios, y no queriendo caer en lo mismo, preferí hacer un ejercicio personal: preguntarme si no estoy guardando algo que ya debería haber tirado a la basura.
Descubrí que me he acostumbrado tanto a mis defectos que hasta parece que les he tomado cariño, pues no se puede entender que me niegue a dejarlos. Así, me di cuenta de que mientras los acumuladores que salen en la televisión guardan objetos, muchos de nosotros acumulamos vicios y defectos, ¡y vaya que nos cuesta tirarlos!
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