Sigo compartiendo con ustedes lo que, según la síntesis elaborada por la Secretaría General del Episcopado Mexicano, dijeron los miles de personas consultadas en todas las diócesis del país, en casi todas las parroquias y en muchas otras instancias tanto eclesiales como de otros ámbitos, sobre cómo perciben a nuestra Iglesia y qué nos proponen. Sobre el rubro “Caminar juntos en el diálogo en la Iglesia y en la Sociedad”, dijeron:
“Destaca el hecho que la sociedad, en general, sigue confiando en la Iglesia. Pero el diálogo al interno de la Iglesia y con la sociedad es una asignatura pendiente en muchas comunidades, pues lo tienen de forma esporádica o episódica, sin continuidad ni seguimiento y, al final, parece que se realiza desde una cierta indisposición, indiferencia y falta de sinceridad. Este diálogo, así, es sólo forma, protocolo sin espíritu, es sólo cumplimiento de un requisito que nos desgasta y no lleva a ninguna parte.
Reconocemos que, en general, en la Iglesia usamos deficientemente las nuevas tecnologías de comunicación para el diálogo ‘ad extra’ o para participar en el debate público. Las usamos más para informar y no para verdaderamente dialogar. Y es que, en el fondo, no nos hemos formado para ser abiertos y dialogantes con el mundo. Algunas costumbres preconciliares autoritarias, todavía hoy presentes, pesan mucho y hemos pasado por alto que la Iglesia tiene mucho que aprender también del mundo. Sin este aprendizaje, somos neófitos en muchas materias de la actual vida social y cultural que nos rebasan y nos dejan sin oportunidad de participar.
Se aprecia que el diálogo social a nivel nacional se ha complicado debido al clima de polarización política que ha provocado la comunicación gubernamental en los últimos años. Esta realidad no se ha percibido por todas las comunidades que, en muchos casos, también se han dividido y confrontado por opciones de política partidista. Pero se siente el llamado a la Iglesia, y cada vez más, para ser puente, convocatoria permanente al diálogo propositivo, y a participar de él incluso con los actores sociales relevantes, sin temor a perder identidad o terminar siendo manipulados.
También reconocemos que nos ha faltado apertura, humildad, confianza, cercanía, atención, calidez y, en una palabra, ‘espiritualidad para el diálogo’, pues no se trata sólo de una técnica o procedimiento, sino de una forma de ser y actuar. Definitivamente, este ejercicio del Sínodo nos ha indicado que, como Iglesia, tenemos que mirar, acoger y acompañar a cada persona y grupo en su situación concreta, no en abstracto.
Ante las múltiples realidades de pobreza, sufrimiento y fracaso en que viven nuestros pueblos, reconocemos que hemos caminado también con temor y desaliento, como los discípulos de Emaús; es decir, que nos ha faltado fuerza en la acción, misma que nos da nuestro encuentro con Cristo Resucitado para acompañar a nuestro pueblo con esperanza y alegría, con mucha más confianza y también osadía”.
El Papa Francisco, en un mensaje al Foro Internacional de la Acción Católica, el 27 de noviembre pasado, dijo:
“Como Iglesia, estamos transitando un tiempo en el cual necesitamos que el espíritu sinodal se vaya arraigando en nuestro modo de ser Iglesia; esto significa el ejercicio de caminar juntos en la misma dirección. Estoy convencido de que es lo que Dios espera de la Iglesia del tercer milenio. Que retome la conciencia que es un pueblo en camino y que debe hacerlo junto. Con espíritu sinodal necesitamos aprender a escucharnos, reaprender el arte del hablar con el otro sin barreras ni prejuicios, incluso, y de un modo particular, con quienes están fuera, en el margen, para buscar la cercanía, que es el estilo de Dios.
En este contexto, exhorto a ser hombres y mujeres de la escucha. Anhelo que no sean dirigentes de escritorio, de papeles o de Zoom, y que no caigan en la tentación del estructuralismo institucional que planifica y organiza desde estatutos, reglamentos y propuestas heredadas, que fueron buenas y útiles en su momento, pero que quizás hoy no sean significativas. Por favor, les pido que escuchen.
Primero: escuchen a los hombres, mujeres, ancianos, jóvenes y niños concretos, en sus realidades, en sus gritos silenciosos expresados en sus miradas y en sus clamores profundos. Tengan el oído atento para no dar respuestas a preguntas que nadie se hace, ni decir palabras que a nadie le interesa escuchar ni sirven. Escuchen con oídos abiertos a la novedad y con un corazón samaritano.
Segundo: escuchen los latidos de los signos de los tiempos. La Iglesia no puede estar al margen de la historia, enredada en sus propios asuntos, manteniendo inflada su burbuja. La Iglesia está llamada a escuchar y ver los signos de los tiempos, para hacer, de la historia con sus complejidades y contradicciones, historia de salvación. Necesitamos ser una Iglesia vitalmente profética, desde los signos y los gestos, que muestren que existe otra posibilidad de convivencia, de relaciones humanas, de trabajo, de amor, de poder y servicio.
Y, por último, para que esto sea posible, necesitamos escuchar la voz del Espíritu. En cada época, el Espíritu nos abre a su novedad; siempre enseña a la Iglesia la necesidad vital de salir, la exigencia fisiológica de anunciar, de no quedarse encerrada en sí misma. Mientras que el espíritu mundano nos presiona para que sólo nos concentremos en nuestros problemas e intereses, en la necesidad de ser relevantes, en la defensa tenaz de nuestras pertenencias y de grupo, el Espíritu nos libra de obsesionarnos con las urgencias y nos invita a recorrer caminos antiguos y siempre nuevos: los del testimonio, la pobreza y la misión, para liberarnos de nosotros mismos y enviarnos al mundo.
Quizás sientan que la propuesta de escuchar es poco; sin embargo, no es escucha pasiva; es la escucha activa que nos marca el ritmo de trabajo; es la inhalación necesaria para ser una Iglesia que respira misioneramente. Así lo hizo la Santísima Virgen, porque escuchó, se puso de pie y caminó para ir a servir. Rezo para que puedan hacer de este período un tiempo de gracia, con la audacia de saber escuchar, la serenidad para poder discernir y el coraje para anunciar con la vida y desde la vida”.
Tú eres miembro vivo de la Iglesia. Si tienes una propuesta, una inquietud, una queja, habla con tu párroco, con tu obispo, y exponle confiada y libremente lo que está en tu corazón. Hazlo con respeto, con espíritu fraterno, pero también con audacia. Y si no eres parte de nuestra Iglesia, ayúdanos a purificarnos, para dar un mejor servicio a la comunidad. Entonces habrá Navidad eclesial, no sólo de oropel y esferitas de color, sino de amor, cercanía, atención a los demás, en particular a quienes más sufren. Oremos por una Navidad plena y en paz.
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