Columna invitada

Preservación de la memoria en las fiestas religiosas

La Memoria, en la religiosidad popular de nuestro pueblo, es vivida como tradición, “el costumbre”, lo que se debe hacer porque se hace desde siempre, la fiesta celebrada en honor de la memoria del pueblo, de los antepasados, de la tradición es la honra del pasado en la definición del presente y construcción del futuro, como lo expresara un mayordomo de Ameyaltepec, Gro, en una entrevista ante el cuestionamiento de por qué hacen las fiestas a pesar de todo el esfuerzo, endeudamiento y trabajo desbordante, su respuesta simple y llana fue: “porque nosotros no romperemos el cordón”.

Es el cordón de la historia, la memoria viva, la continuidad vigente del pasado-presente-futuro de un grupo social que vigoriza sus referentes de identidad vivificando la memoria aquí y ahora en el acto ritual, en la fiesta religiosa popular.

La Memoria, así, genera una identidad particular, definida, diferenciada. Es una identidad gestada por todos esos momentos significativos personales que refuerzan la memoria colectiva en derredor de un personaje sagrado que aglutina, unifica, mancomuna. Esa es la riqueza contenida en las fiestas religiosas populares, su capacidad de ser reservorios de la memoria colectiva viva que crea un referente que aglutina la experiencia vital de los contemporáneos, pero también de los antepasados que celebraban esa misma fiesta.

La devoción a los santos patronos y sus inherentes fiestas, ferias y verbenas (desde los oleajes de la religiosidad popular) refuerzan esta dinámica significativa de memoria viva que se entreteje socialmente con las fibras de la experiencia personal, creando un tejido cultural cuya fuerza está en el origen significativo de la experiencia religiosa desde el trayecto vital del creyente, entretejido y reforzado por todas esas otras experiencias del trayecto vital de los vecinos, familiares, amigos, colegas, paisanos y demás cercanos que comparten su experiencia vital religiosa y son creíbles popularmente (a los ojos de los demás creyentes) porque son cercanos al trayecto vital del creyente singular, provienen del mismo barro, sazonados con las mismas especies, en esa vecindad cultural simbólica íntima que los vuelve partes integrales de un proyecto vital compartido.

En este sentido, por mencionar el ejemplo por excelencia de la religiosidad popular mexicana, la Virgen de Guadalupe está poderosamente dotada de un significado acumulativo que socialmente valida su presencia maternal, protectora y tierna, pero a la vez vigorosa y firme, de compromiso con sus hijos (los allegados a su “casita sagrada del Tepeyac”, a su sombra, bajo su manto, a los acogidos al entrecruce de sus brazos). No es una adhesión inconsciente y alienadora (como lo veía el materialismo histórico de los 60´s y 70´s del siglo pasado, consecuencia del enervamiento de las masas por ese opio del pueblo). Es una adhesión afectiva, históricamente coherente y significativa que embona con la experiencia personal y la tradición que la suma de experiencias personales genera al colectivizarse. Es una adhesión que sigue los derroteros de la Memoria colectiva y la identidad entendida como un proceso incesante de identificación.

En este sentido, la vitalidad del culto popular guadalupano radica en su presencia ininterrumpida en la memoria de los mexicanos. La presencia física en el Tepeyac se extiende a la presencia intangible en la conciencia, la memoria y el corazón del creyente que al contacto con las desgracias, desavenencias, infortunios y sinsabores de una vida frágil, degenerativa y perecedera abonan la devoción popular.

Así pues, recordemos que la Religiosidad Popular es interacción, confrontación, convivencia, negociación, hibridación, es decir, una forma de existencia social que acepta raíces diversas y las reformula desde la operatividad de un sentido eminentemente local. Entendemos la Religiosidad Popular como una religión de la vida consuetudinaria, más que como modelo rector que apunte a otra realidad no mundana. Por ello, en esta expresión religiosa, se destacarán las necesidades materiales concretas y su solución inmediata y tangible, lo cual contraviene con mucho, las disposiciones eclesiásticas bajo un esquema de racionalidad teológica, donde la posibilidad de respuesta de lo Divino puede ser un no.

En la religiosidad popular, es difícil encontrar este cotejo, generalmente en la religiosidad popular el milagro siempre se cumple, pase lo que pase, se reinterpreta todo para que la intervención divina sea siempre incuestionable. Es en esta expresión religiosa popular donde florece la memoria como referente que ubica en el mundo y en el devenir del tiempo, da identidad, cobijo y pertenencia social, y en ese proceso, la fiesta religiosa con sus santos popularmente venerados, son un factor decisivo en la conformación de la identidad socio cultural de nuestro pueblo mexicano, no como referencia a un pasado estático sino como memoria viva que crea y recrea la ubicación del creyente en su vida actual.

Autor:

Dr. Ramiro Gómez Arzapalo Dorantes. Docente de la Universidad Intercontinental (UIC) en las Lic. de Filosofía, Teología, y Maestría en Filosofía y Crítica de la Cultura. Dirige el Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular UIC.

Dr. Ramiro Gómez Arzapalo Dorantes

Es director del Observatorio Intercontinental de la Religiosidad Popular de la Universidad Intercontinental (UIC).

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