Era yo un niño cuando vi por primera vez una camiseta con ese mensaje invitando a solicitar información. En la espalda de un hombre pasado de peso se podía leer: ¿Quieres perder peso? Pregúntame cómo.
Con la candidez de los niños, le comenté al adulto que me acompañaba el por qué ese señor lo pedía si él mismo se veía gordito. Un pequeño jalón en la mano me indicó que guardara silencio.
Fui creciendo y me encontré en otras ocasiones a personas con sobre peso que hacían la invitación. Una vez le pregunté a una y comenzó su labor de venta, aclarando de inmediato que ella misma estaba en el proceso y que si bien aun tenía kilos de más, eran muchos menos que antes. Se notaba convencida de su proceso de mejora. Pero solamente yo le pregunté.
No sé que tan efectiva sea esa estrategia de llamar la atención a través de una frase que choca con la realidad, pero pensar en ello me da el espacio a cuestionarme que es lo que me preguntaría la gente a mí, aun sin tener una camiseta.
Imaginémonos que la gente nos hiciera preguntas tales como: ¿Cómo le haces para ser feliz? ¿Por qué tienes tanta confianza en Dios? ¿De dónde sacas tanta fe?
Esas preguntas te ayudarían a revelar que tienes unos valores tan grandes que son evidentes para los que te rodean.
Sería fantástico que, sin necesidad de un letrero o un anuncio, la gente se nos acercará para pedirnos el secreto para ser como nosotros y que nuestras creencias fueran evidentes de tal forma que la gente observara una congruencia digna de imitar.
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