Una de las más profundas manifestaciones de Dios en la Sagrada Escritura es la experiencia de la paz. El problema de la paz es difícil, urgente, continuo y permanente. Hoy hay puntos en la tierra, familias enteras e individuos intensamente necesitados de paz.
¿Qué nos dice la Sagrada Escritura sobre esta realidad tan deseada y suspirada a través de todos los siglos de la historia de la humanidad, que el salmista expresa así: “Estoy harto de vivir con los que odian la paz. Si yo hablo de paz, ellos dicen guerra” (Sal 120,6-7)?
La “verdadera paz” tiene su origen en Dios y no consiste en ausencia de guerra, ni en una tranquilidad psicológica, sino en una profunda relación con Dios expresada así por el Profeta Isaías: “Porque los montes se podrán correr, y las colinas se podrán mover; pero mi amor no se apartará de ti; y mi Alianza de paz no se moverá, dice Yahvéh, que tiene compasión de ti” (Is 54,10). Cuatro términos se entrelazan: amor, alianza, paz y compasión; y todo es fruto de la fidelidad de Dios.
Isaías se admira del centinela que grita de alegría porque ve el regreso del Señor que viene a reinar a Sión, ciudad destruida, desolada: “¡Qué hermosos son los pies del mensajero que anuncia la paz, que trae buenas noticias, que anuncia salvación, que dice a Sión: ‘Ya reina tu Dios’! (Is 52,7).
Esta imagen la retoma San Pablo cuando describe “las armas de Dios para poder resistir a las acechanzas del diablo” (Ef 6,11): “… calzados con el celo por el Evangelio de la paz” (Ef 6,15).
“Calzados” significa estar preparados para ir por un camino difícil, fatigoso, importante; listos para salir en misión. Esta misión es pregonar una Buena Noticia: la paz, de la que el mismo Pablo nos dirá que es fruto del Espíritu Santo (cf. Ga 5,22).
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“Evangelio” en griego significa “Buena Noticia”. La carta a los Efesios especifica en qué consiste esa Buena Noticia: “Él (Cristo) es nuestra paz” (Ef 2,14), proclamar a Jesús “nuestra paz”.
Durante su ministerio, Jesús comunicó esa paz a sus discípulos, a los enfermos, a los pecadores. Veamos algunos ejemplos::
La hemorroisa, mujer enferma, tiene fe en el poder sanador del Hijo del hombre. Es la fe carismática que mueve montañas. Jesús la considera como su hija y le dice: “¡Vete en paz!” La mujer sanada es ahora una nueva creación. La paz que ha recibido es salud, restauración y reintegración a la comunidad (cf. Mc 5,25-34).
La pecadora que ama lloraba: su llanto es signo sensible de su conversión interior. Sus besos son expresión de su amor. Unge los pies de Jesús con respeto y veneración. Sus pecados quedan perdonados.
El amor consigue el perdón y de un perdón grande brota un mayor amor. Aquí resplandece la fe que la mujer tiene en la misericordia de Jesús. Y Jesús termina la escena con la exclamación: “¡Vete en paz!” Has sido restaurada desde lo más profundo. Eres una nueva creación. Vuelve a la comunidad del pueblo santo (cf. Lc 7,36-50).
En la Última Cena, uno de los dones más preciosos que Jesús deja como herencia a sus discípulos es la paz. Él les dijo: “La paz os dejo, la paz mía os doy” (Jn 14,27). Se trata de algo propio de Jesús. “No os la doy como la da el mundo”.
Es la paz mesiánica, propiedad del Mesías. Es la paz de la Alianza nueva y eterna, de la Alianza de paz. Alianza hecha de amor y de fidelidad sin límites. Esa “paz” sólo Jesús la puede dar, y de hecho la da. Esa paz sintetiza el conjunto de los bienes prometidos.
La paz que Jesús da es tan profunda, que puede existir en medio de la tribulación: “Os he dicho estas cosas para que tengáis paz en mí. En el mundo tenéis tribulación. Pero ¡confiad: Yo he vencido al mundo!” (Jn 16,33). Hay que tener “paz en Jesús”, pues él ha vencido al mundo: a Satanás, el pecado y sus consecuencias.
Jesús resucitado, “nuestra paz”, sigue hoy comunicando su paz a través del encuentro perseverante con la Sagrada Escritura leída y orada mediante la acción del Espíritu Santo, que es quien la hace “viva y eficaz” (Hb 4,12).
La autora es miembro del Instituto de Pastoral Bíblica Salvador Carrillo Alday
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