Desde que el pasado mes de junio la Suprema Corte de Justicia de Estados Unidos anuló la ley federal del aborto, el Partido Demócrata y sus más altos representantes –empezando por el presidente Biden y la vicepresidenta Kamala Harris– han tenido una reacción virulenta. Están haciendo lo imposible para que las mujeres tengan la posibilidad de abortar. Han intentado pasar leyes para que las mujeres estudiantes puedan abortar en sus campus universitarios y otras más, pero es imposible. La ley federal del aborto dejó de existir y el asunto pasó a las legislaciones de los Estados.
Lo que llama fuertemente la atención es que los demócratas pierden popularidad. En noviembre próximo Estados Unidos tendrá elecciones intermedias para elegir a la Cámara de Representantes y al Senado, y aunque no se votará por la presidencia, las elecciones son un buen termómetro para medir la salud del gobierno. Las encuestas no favorecen al partido de Biden. Únicamente el 36 por ciento de los norteamericanos aprueba el trabajo del presidente (PBS News Hour NPR), lo que hace que Biden tenga la popularidad más baja que ha tenido un presidente ante unas elecciones intermedias.
La economía, sin duda, es algo que afecta al gobierno de Biden. El crecimiento económico ha sido débil y la inflación más de lo esperado. Los hispanos tienen familias más numerosas pero están ganando menos dinero; la inflación ha hecho que su dinero valga menos. Ellos han tenido éxito en EEUU y muchos han ingresado a la clase media. Han abierto sus pequeñas empresas y no quieren depender del gobierno. Es el Partido Republicano y no el Demócrata quien está ayudando más a los hispanos a abrir sus negocios y a prosperar. Por estos motivos económicos-políticos más hispanos están mirando con esperanza al Partido Republicano.
Sin embargo hay un hecho que está afectando la popularidad del Partido Demócrata, y tiene que ver con la cultura. Desde que subieron al poder, Biden, Kamala Harris y otros miembros de ese partido están promoviendo la ideología de género cada vez de manera más feroz, radical, extremista y enfermiza. Es cierto que la mayoría estadounidense considera que el aborto debe mantenerse legal en ciertos casos, sin embargo el pueblo está abriendo los ojos ante el peligro, cada vez mayor, de que el sistema de gobierno desplace a los padres de familia en su derecho a educar a sus hijos según sus principios morales.
A los niños de kindergarten que tienen tres o cuatro años de edad, se les enseña a identificar los órganos genitales por su nombre cuando, en realidad, están a muchos años de su despertar sexual. También se les inculca la idea se puede escoger libremente el género, a aceptar como normal la homosexualidad o que pueden, incluso cambiar de sexo y sin el consentimiento de los padres. Afortunadamente muchos padres de familia están reaccionando ante este fanatismo que los demócratas impulsan y están girando más hacia los republicanos.
En años anteriores el Partido Demócrata fue el partido del pueblo y de las masas católicas. Era un partido que criticaba el aborto y los medios para controlar la natalidad de la población. Era el partido del trabajo, de los inmigrantes y de los pro vida. Sin embargo desde finales de los años 60 y principios de los 70 el partido se fue comprometiendo con el programa progresista o liberal. A partir de esos años la distancia ideológica entre los dos partidos no dejó de crecer, dejando claro que los demócratas se inclinaban hacia la izquierda del espectro político –con una mentalidad anti vida– mientras que los republicanos lo hacían hacia la derecha.
Los católicos en EEUU se están dando cuenta de que la mentalidad “pro choice” o pro elección significa, en realidad, aborto a como dé lugar. Hay senadores como el demócrata Robert Menendez que están proponiendo crear leyes para cerrar los centros de ayuda a la mujer embarazada –los centros que motivan a las mujeres con embarazo en crisis a que no aborten–, y que son más de 50 mil en el país, diciendo que esos centros engañan a las mujeres. El gobierno demócrata estadounidense se está volviendo cada vez más extremo y muchos ciudadanos se dan cuenta de que no se trata de ningún bienestar para las familias sino de una ideología fanática, radical y enfermiza.
En Estados Unidos los hispanos por primera vez están dando un vuelco hacia la derecha política, y uno de los factores que contribuyen a ello es el discurso progresista demócrata. Ellos hablan de lenguaje inclusivo, de feminismo, de ideología de género y de revisionismo histórico, por el cual afirman que Estados Unidos es el peor país del mundo. Ni los blancos de clase media ni los hispanos creen esto. Sus intereses son los de la clase trabajadora y el discurso progre no está en su mentalidad.
Cada vez se abre más la brecha entre el pueblo estadounidense –especialmente entre los hispanos– y su gobierno progre y anti-vida. Ya veremos en noviembre de este año hacia dónde tomará el rumbo esa gran nación.
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