Ver

Nos quejamos de lo malo que sucede a nuestro alrededor, o en el país, y le echamos la culpa a los demás. El gobernante en turno diariamente culpa a sus antecesores y afirma que ahora ya no es igual que antes; que las cosas ya cambiaron; pero esto no es tan real.

La inseguridad ha aumentado y no se le ve solución. La pobreza de varios sectores es manifiesta y no se vislumbra una respuesta suficiente, que no sean paliativos y transitorios apoyos monetarios. Entonces, ¿qué hacer? ¿Por dónde empezar a resolver la situación? Cada quien podemos hacer algo, a nuestro nivel y en nuestro entorno.

Es frecuente escuchar a esposas que se quejan de sus maridos, por mil razones, sobre todo cuando se exceden en copas. Los maridos, igual, culpan a su esposa por su mal carácter, porque siempre está inconforme; y así se justifican para andar con sus amigotes, en juegos o parrandas, y no llegar a casa. No es fácil que cada quien asuma su responsabilidad y se esfuerce por cambiar su forma de ser y de actuar.

En la comunidad eclesial puede suceder lo mismo. Hay quienes rechazan al Papa en turno, sea quien sea, porque no dirige la Iglesia como ellos piensan que debería hacerlo, en vez de meditar y asumir lo que el Espíritu nos dice por esa mediación y cambiar ellos mismos sus criterios y comportamientos; no están dispuestos a cambiar su mentalidad. Obispos y sacerdotes podemos hablar mal de nuestros antecesores y querer modificar todo lo que ellos hicieron, sin analizar todo lo bueno que sembraron. Es necesario conocer a fondo la historia reciente, valorar cuanto otros llevaron a cabo y aprender de ellos.

Esto mismo puede pasar en todos los ambientes: en los medios informativos, en las empresas, en las cámaras legislativas, en los centros laborales, en el sistema educativo, en el deporte, etc. ¡Qué difícil es que seamos humildes para aceptar que también nosotros fallamos en muchos aspectos!  Si cada quien estuviera dispuesto a cambiar lo negativo de su propia vida, otro sería el panorama familiar, social y eclesial

Pensar

El Papa Francisco, en su reflexión antes del Angelus del domingo pasado, dijo: “A menudo pensamos que el mal proviene principalmente del exterior: del comportamiento de los demás, de quienes piensan mal de nosotros, de la sociedad. ¡Cuántas veces culpamos a los demás, a la sociedad, al mundo, de todo lo que nos pasa! Siempre es culpa de los otros: es culpa de la gente, de los que gobiernan, de la mala suerte, etc. Parece que los problemas vienen siempre de fuera. Y pasamos el tiempo repartiendo culpas; pero pasar el tiempo culpando a los demás es una pérdida de tiempo. Nos enojamos, nos amargamos y mantenemos a Dios fuera de nuestro corazón. Como esas personas del Evangelio, que se quejan, se escandalizan, discuten y no acogen a Jesús. No se puede ser verdaderamente religioso en la queja: la queja envenena, te conduce a la ira, al resentimiento y a la tristeza, la del corazón, que cierra las puertas a Dios.

Pidámosle hoy al Señor que nos libre de echar la culpa a los demás —como los niños: “¡Yo no fui! Fue el otro…”—. Pidamos en la oración la gracia de no perder el tiempo contaminando el mundo con quejas, porque esto no es cristiano. Jesús nos invita a mirar la vida y el mundo desde nuestro corazón. Si nos miramos dentro, encontraremos casi todo lo que detestamos fuera. Y si le pedimos sinceramente a Dios que purifique nuestro corazón, comenzaremos a hacer el mundo más limpio. Porque hay una forma infalible de vencer el mal: empezar a vencerlo dentro de uno mismo.

Los primeros Padres de la Iglesia, los monjes, cuando se les preguntaba: “¿Cuál es el camino de la santidad? ¿Cómo debo empezar?”, decían que el primer paso era acusarse a uno mismo: Acúsate a ti mismo. La acusación de nosotros mismos. ¿Cuántos de nosotros, durante el día, en un momento del día o en un momento de la semana, somos capaces de acusarnos por dentro? “Sí, este me hizo esto, ese otro…, aquel una salvajada…”. ¿Y yo? Yo hago lo mismo, o lo hago así… Es una sabiduría: aprender a acusarse. Intentad hacerlo, os hará bien. Para mí es bueno, cuando consigo hacerlo, me hace bien, nos hará bien a todos.

Que la Virgen María, que cambió la historia con la pureza de su corazón, nos ayude a purificar el nuestro, superando en primer lugar el vicio de culpabilizar a los demás y de quejarse de todo” (29-VIII-2021).

Actuar

Preguntémonos: Yo, ¿qué debo cambiar en mis actitudes? Empezando por casa, por la familia, y con quienes más convivo… No pongas pretextos ni excusas, porque sería signo claro de que no eres humilde. Tendremos otro país, si yo me esfuerzo por ser mejor.

El Card. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas.

Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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