¡Cuánto ha afectado la pandemia a la economía familiar y nacional! ¡Cuántos se han quedado sin trabajo! Y muchos que lo tienen, corren el riesgo de perderlo.
Carlos Camacho Alfaro, director de “Seminario Político”, en su servicio informativo y de análisis que nos comparte a muchos, en su síntesis del pasado 6 de agosto, escribió: “El CONEVAL (Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social) reportó los datos de la pobreza multidimensional en México registrada durante los dos últimos años, que coincide con el periodo de pandemia. La estadística es rotunda y expone sin ambages que México es un país con un aumento de pobres y pobres extremos, donde un amplio porcentaje de mexicanos tiene problemas de ingreso y marcadas carencias de salud”.
Más adelante, resalta que la pandemia disparó la pobreza en zonas urbanas, mientras que en las zonas rurales los niveles de pobreza disminuyeron. Esto quizá se deba a los programas asistenciales del gobierno y a las remesas que llegan de los migrantes. Cita cifras del mismo CONEVAL, según las cuales el total de pobres creció de 51.9 a 55.7 millones de personas. Y lo más preocupante: de 8.7 millones de personas en pobreza extrema, se pasó a 10.8 millones.
Sin embargo, nuestro Presidente sigue sosteniendo que tiene otros datos, los que le convienen… Los datos de cada día nos hacen ver la realidad tan dramática que viven muchísimos de nuestros hermanos; por ello, la emigración no se ha detenido y muchos se enrolan en grupos delincuentes, atraídos por el señuelo del dinero fácil, abundante y rápido. Han aumentado los suicidios. El gobierno ayuda a los considerados adultos mayores y ancianos, lo cual está muy bien y esperamos que se continúe haciendo, pero hace falta apoyar también a quienes generan empleos, pequeñas, medianas y grandes empresas, porque las dádivas ayudan a disminuir la pobreza extrema, pero no son la plena solución.
Mi pueblo es eminentemente rural y campesino, pero no se nota tanto la pobreza, porque hombres y mujeres son muy trabajadores. Varias amas de casa tienen pequeñas tiendas de abarrotes, o puestecitos de comida en la plaza del lugar. Los Olascoaga, hermanos de un sacerdote del lugar, han implementado una gran industria de flores de primera calidad con un amplio mercado a nivel nacional; dan empleo a cientos de personas, con buenos sueldos y todas las prestaciones sociales. Otros paisanos se han organizado en una pequeña sociedad productora de chile manzano (picante) y exportan semanalmente varias toneladas a Estados Unidos, con buenas ganancias. Casi todas las familias del pueblo tienen casas en buenas condiciones, con refrigerador, estufa, microhondas, televisión, internet y demás servicios, además de muy buenos celulares. No faltan personas con carencias, y algunos siguen emigrando, con o sin documentos, pero el nivel de vida ha mejorado mucho en los últimos años, no a raíz del presente gobierno, sino del trabajo de nuestra gente. No hay comparación con las limitaciones en que vivíamos cuando éramos niños.
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, dice: “Es posible aceptar el desafío de soñar y pensar en otra humanidad. Es posible anhelar un planeta que asegure tierra, techo y trabajo para todos. Este es el verdadero camino de la paz, y no la estrategia carente de sentido y corta de miras de sembrar temor y desconfianza ante amenazas externas” (127).
“El gran tema es el trabajo. Lo verdaderamente popular —porque promueve el bien del pueblo— es asegurar a todos la posibilidad de hacer brotar las semillas que Dios ha puesto en cada uno, sus capacidades, su iniciativa, sus fuerzas. Esa es la mejor ayuda para un pobre, el mejor camino hacia una existencia digna. Por ello insisto en que ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo. Por más que cambien los mecanismos de producción, la política no puede renunciar al objetivo de lograr que la organización de una sociedad asegure a cada persona alguna manera de aportar sus capacidades y su esfuerzo. Porque no existe peor pobreza que aquella que priva del trabajo y de la dignidad del trabajo. En una sociedad realmente desarrollada el trabajo es una dimensión irrenunciable de la vida social, ya que no sólo es un modo de ganarse el pan, sino también un cauce para el crecimiento personal, para establecer relaciones sanas, para expresarse a sí mismo, para compartir dones, para sentirse corresponsable en el perfeccionamiento del mundo, y en definitiva para vivir como pueblo” (162).
“Si alguien ayuda a otro con comida, el político le crea una fuente de trabajo, y ejercita un modo altísimo de la caridad que ennoblece su acción política” (186).
Valoramos mucho el trabajo de nuestro pueblo campesino y rural, porque es el cimiento para tener un mejor país, desde la base más popular. Ojalá nuestro gobierno los proteja más de los criminales y extorsionadores, porque éstos atacan mayoritariamente a los pobres. Agradezcamos el trabajo de los campesinos y paguemos el justo precio de sus productos, para que vivan más dignamente.
El Card. Felipe Arizmendi es obispo emérito de San Cristóbal de las Casas.
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