Siendo obispo en Chiapas, muchos candidatos a puestos públicos me visitaban, para compartirme sus proyectos y, en cierta forma, pedir mi apoyo moral; a veces, la bendición.
A todos les preguntaba qué les movía a promoverse a la presidencia de la República, a diputaciones o senadurías, o a presidencias municipales. Todos me decían que querían hacer algo por el pueblo, que sentían capacidad de transformar muchas cosas en bien de la comunidad. Nadie me decía que tuviera otros intereses.
Sólo uno me confió que era lo que más sabía hacer en su vida, andar en puestos de gobierno, y que allí obtenía buenos beneficios económicos. Casi ninguno volvía a platicar conmigo, hubiera triunfado o no.
De mi parte, cuando ganaban, procuraba pedirles audiencia, para hacer de su conocimiento las situaciones que yo advertía en mi trato con la gente, y de las que no siempre sus colaboradores les informaban. ¡Cómo hace falta una buena colaboración, no para ventajas personales, sino para el bien del pueblo!
Por distintos medios, hemos procurado informar a las autoridades civiles los problemas que advertimos en la sociedad, no sólo por la pandemia sanitaria, sino sobre todo por la violencia del crimen organizado, por las extorsiones y las amenazas a gente inocente, por los abusos que comenten y por la ausencia de quien los meta al orden.
Pareciera que los gobiernos los dejan hacer, por miedo, por incompetencia, o por complicidad. ¡Y no podemos abandonar a los que sufren! Nuestro deber pastoral es acompañarlos en todas las formas que nos sea posible.
Muchas personas expresan su decepción ante nuestros actuales gobernantes, a quienes dieron confiadamente su voto, porque no están cumpliendo sus promesas de campaña. Estos se defienden echando la culpa de todos los males a los mandatarios pasados, y no asumen su responsabilidad actual.
Varios de su partido ya se están organizando para contender por la presidencia de la República, dando la imagen de que usan su puesto actual como trampolín y escalera para subir y volar más alto. Y como tienen el poder mediático, convencen a mucha gente, para que los apoye, aunque su partido siga sacando leyes contra la vida, como lo acaban de hacer diputados de Oaxaca, Hidalgo y Veracruz, con leyes abortistas.
El Papa Francisco escribió hace poco una carta al obispo de Apatzingán, Cristóbal Ascencio García, por los sucesos en el pueblo de Aguililla, de esa diócesis, donde se sufre algo semejante a lo que padecen muchas otras poblaciones en el país.
Le dice: “He tenido noticias de los grandes sufrimientos, causados por los violentos enfrentamientos entre bandas rivales de narcotraficantes, que afectan a los habitantes de las poblaciones situadas en el territorio de esa Iglesia particular que el Señor ha confiado a tu cuidado pastoral. El clima de terror y de inseguridad que aflige a la población inerme es contrario a la voluntad de Dios; El quiere que todos sus hijos e hijas vivan su existencia en un clima seguro, de serenidad y de armonía. En estos momentos difíciles quisiera hacerte presente y, por medio tuyo, también a los hermanos y hermanas del santo pueblo fiel de Dios que peregrina en Apatzingán, mi participación en sus penas y en sus angustias, así como mi oración al Señor Jesús, Príncipe de la paz, implorando les conceda «la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento» (Fil 4,7), y la riqueza de los dones del Espíritu Santo, para que puedan ir adelante en la vida y ÉI los ayude a llevar sus cruces y sus sufrimientos, con mansedumbre, fortaleza y paciencia.
Puedo comprender el sentimiento de desánimo y la sensación de impotencia que los abate. Pero recuerden que no están solos, que el Señor es fortaleza y misericordia que nunca abandona a sus hijos; que la Iglesia es madre atenta y cercana a todos los que sufren.
Jesús nunca dijo que el camino sería fácil, predijo pruebas y persecución, pero también que no faltarían las consolaciones de Dios. Es de gran consuelo saber que el camino no lo recorremos solos; Jesús camina perennemente a nuestro lado, sobre todo en los momentos de pruebas y de tribulación. Además, Él está dispuesto a darnos siempre su paz. Pero sin olvidar que su paz supone la cruz, porque una paz sin la cruz no es la paz de Jesús.
Los exhorto a que confíen en el Señor Jesús, a que no tengan miedo de contrarrestar la violencia, que tiene origen en el maligno, con el amor, la misericordia y el perdón, que brotan del corazón divino del Salvador.
Pido al Señor que convierta el corazón de los responsables de tanta muerte y desolación, y también que inspire a los encargados del bien común a comprometerse en la erradicación del crimen y de la impunidad, así como en la generación de espacios de trabajo digno y útil para la entera sociedad, especialmente para los jóvenes de esa tierra, que les permita salir de situaciones de pobreza y marginación, proyectarse el futuro y no ceder a la tentación de adecuarse al circuito del narcotráfico y de la violencia” (11 junio 2021).
Como Iglesia, tenemos la misión de acompañar al pueblo en sus sufrimientos y no abandonarlo. Nuestro aporte es la fe en Jesucristo, la oración, la esperanza, la solidaridad. Invitamos a los abusivos a convertirse.
El Papa exhorta “a los encargados del bien común a comprometerse en la erradicación del crimen y de la impunidad, así como en la generación de espacios de trabajo digno y útil para la entera sociedad, especialmente para los jóvenes de esa tierra”.
Erradicar el crimen y la impunidad es competencia de los gobernantes; si no lo hacen, no cumplen el juramento que hicieron al asumir el cargo. Les toca también generar educación y trabajo sobre todo para los jóvenes, pero sin descuidar lo más inmediato y urgente, que es erradicar el crimen y la impunidad.
Oremos por nuestros gobernantes, para que Dios les conceda sabiduría y fortaleza y protejan al pueblo que sufre. Si puedes acercarte por algún medio a dichas autoridades civiles, hazles ver lo que está sucediendo y úrgeles que cumplan su deber.
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