Jaime Septién
Aquello que cantaba José Alfredo Jiménez en “Caminos de Guanajuato”, que “la vida no vale nada”, se ha vuelto una horrible costumbre en nuestro atribulado México. Cada día aumenta el número de ejecutados, crímenes contra mujeres, contra niños, contra sacerdotes, contra civiles que se negaron a pagar el “derecho de piso”, contra humildes vendedores callejeros, contra quien se oponga a la fuerza bruta del crimen.
¿Qué ha provocado este desprecio por la vida? El haber expulsado a Cristo de todos los asuntos públicos, lo cual conduce a la deshumanización del hombre y a la barbarie en que estamos metidos en nuestro país. Cuando el otro deja de ser un fin en sí mismo pasa a ser un objeto. Los videos de los narcos torturando y matando a sus “rivales”, festejando el dolor y la muerte, son muestra de hasta dónde ha llegado la inconsciencia en estas personas embrutecidas por la incapacidad de los gobiernos de conducir al ciudadano hacia la construcción de una sociedad civilizada (en la que nadie humille a nadie).
Eliminar a Cristo fue parte del “programa” de los totalitarismos. En México, por diferentes medios, se ha seguido este procedimiento, dizque moderno, y ya vemos sus resultados. La única revolución posible -la única transformación verdadera—es la que proviene de un corazón manso y humilde, como el de Jesús. Lo demás es ideología.
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