Consuelo Mendoza
Hace algunos días, leí en un chat el comentario de una mamá sobre el momento difícil que pasó cuando su hijo pequeño le hizo una pregunta sobre sexo y ella no encontraba las palabras adecuadas a su edad para responderle; así comenzó un intercambio de anécdotas y consejos entre papás y mamás, hasta que uno más comentó: “mis hijos, (10 y 12 años) me preguntaron quién era Dios, y no supe que decirles… hubiera preferido me hicieran una pregunta sobre sexo”. Y para él no hubo comentarios ni consejos, seguramente porque un chat no era el mejor medio para responder a algo tan complejo para él.
Hubiera sido sencillo darle respuestas concretas: las contenidas en la Biblia, en el catecismo de la Iglesia, o las que memorizamos en la preparación para la primera comunión. Pero ni éstas ni la mejor de las clases de Teología serán suficiente si el Don de la Fe otorgado por Dios en el Sacramento del Bautismo, no se cuida como una semilla recién sembrada que necesita regarse para que se arraigue y fortalezca en el corazón y en el alma.
Los hijos descubren a Dios a través de sus padres, lo perciben e invocan con la familiaridad con la que mamá y papá lo tratan y lo tienen presente en lo cotidiano, desde el agradecimiento diario por la vida, por los alimentos, por el día vivido, por el hogar, la escuela y el trabajo, hasta en los momentos de oración en familia y las peticiones que le hacemos.
Nuestros niños conocen la importancia de Dios en su vida, cuando cada domingo es visitado en su casa, el templo, sus papás participan en la Misa y con paciencia, mucha paciencia, van explicando poco a poco lo que en ésta sucede, y aprenden a pedir su ayuda para la tía enferma, por el trabajo de mamá, por los niños que sufren, por los que no son buenos, o ¿por qué no? para que papá los lleve de vacaciones.
Es también el ejemplo de los mayores el que enseña a los pequeños a aceptar la voluntad de Dios, aunque a veces no la comprendamos, escuchando de los propios papás que Él sabe mejor que nosotros lo que nos conviene.
El apoyo de la parroquia con las clases de catecismo y la preparación para recibir los demás sacramentos, y de ser posible, de la escuela católica para reforzar la educación en la fe iniciada en casa, serán de muchísima ayuda para reforzar el conocimiento y el acercamiento a Dios del pequeño que poco a poco se irá haciendo cargo de su crecimiento espiritual.
Pero, no tener respuesta a la pregunta de un hijo de ¿quién es Dios? nos está dando la alarma de que vamos tarde en su proceso de educación, porque no son la lectura, la escritura o las matemáticas las que darán sentido a su vida, o llenarán su corazón de amor; porque Dios es el Amor mismo.
“¿Qué tan grande será Dios, que mi papá que es lo máximo, se arrodilla ante Él?”, preguntó el niño.
No esperes un día más para hablar de Dios a tus hijos, no sea que se marchite para siempre en ellos la semilla de la Fe; háblales de Él con tu ejemplo y con tu boca como el mismo Jesús nos enseñó.
Padre nuestro, que estás en el cielo…
*Los textos de nuestra sección de opinión son responsabilidad del autor y no necesariamente representan el punto de vista de Desde la Fe.
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