El próximo 6 de junio, en nuestro país habrá elecciones para muchos cargos civiles, desde diputaciones federales y gubernaturas en diferentes estados, hasta diputaciones locales y presidencias municipales. El ambiente se ha enrarecido y han aparecido de nuevo tantos intereses, legítimos e ilegítimos.
Cuando servía como obispo en Chiapas, siempre solicitaban, casi sólo en tiempos electorales, platicar conmigo variados aspirantes a cargos públicos, y siempre les preguntaba qué les movía a postularse. La mayoría me respondían que era para servir al pueblo, para hacer algo por la comunidad, para que otros ya no robaran al erario público, etc. Sólo uno me confió que no sabía hacer otra cosa en su vida y que, si triunfaba, tendría un buen dinero para sí y los suyos…
En el actual proceso electoral, me he enterado de presiones de grupos mafiosos para influir en la designación de candidatos. Invierten mucho dinero para ganar una elección, y así tener “derecho” a intervenir en el gobierno, con amplia libertad para hacer lo que quieran.
Una nota periodística refiere que el Presidente del país declaró textualmente el pasado 28 de febrero en Zacatecas: “Hay regiones en donde ellos deciden quién debe ser candidato y quién va a ser el presidente, y a los otros candidatos los amenazan y los hacen a un lado. Eso no se puede seguir permitiendo”.
Imagínense: si el presidente municipal de un pueblo llega apoyado por la delincuencia organizada, o por la delincuencia de cuello blanco, sencillamente va a ser un pelele, un títere, un empleado de quien dio el dinero para que ese candidato, en su momento, comprara los votos, traficara con la pobreza de la gente y llegara al cargo, no para servir al pueblo, sino para servir a esos grupos de intereses creados”. Esto es verdad y al gobierno compete hacer todo lo posible para que no siga sucediendo.
Llama la atención que haya tantas personas que anhelan contender por un cargo público, a pesar de presiones y amenazas, incluso contra su vida, de peligros y riesgos. Hay muchos problemas y carencias; los recursos nunca alcanzan. ¿Qué les mueve, más allá de sus palabras y promesas? ¿Qué hacer para lograr una mejor política?
El Papa Francisco, en su visita de hace cinco años a nuestra patria, en Palacio Nacional, invitó a la clase política y dirigente “a reflexionar sobre la propia responsabilidad a la hora de construir el México que queremos, el México que deseamos legar a las generaciones venideras. También a darnos cuenta de que un futuro esperanzador se forja en un presente de hombres y mujeres justos, honestos, capaces de empeñarse en el bien común, este bien común que en este siglo XXI no goza de buen mercado. La experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.
Una cultura ancestral y un capital humano esperanzador, como el vuestro, tienen que ser la fuente de estímulo para que encontremos nuevas formas de diálogo, de negociación, de puentes capaces de guiarnos por la senda del compromiso solidario. Un compromiso en el que todos, comenzando por los que nos llamamos cristianos, nos entreguemos a la construcción de una política auténticamente humana y una sociedad en la que nadie se sienta víctima de la cultura del descarte.
A los dirigentes de la vida social, cultural y política, les corresponde de modo especial trabajar para ofrecer a todos los ciudadanos la oportunidad de ser dignos actores de su propio destino, en su familia y en todos los círculos en los que se desarrolla la sociabilidad humana, ayudándoles a un acceso efectivo a los bienes materiales y espirituales indispensables: vivienda adecuada, trabajo digno, alimento, justicia real, seguridad efectiva, un ambiente sano y de paz.
Esto no es sólo un asunto de leyes que requieran de actualizaciones y mejoras —siempre necesarias—, sino de una urgente formación de la responsabilidad personal de cada uno, con pleno respeto del otro como corresponsable en la causa común de promover el desarrollo nacional. Es una tarea que involucra a todo el pueblo mexicano en las distintas instancias tanto públicas como privadas, tanto colectivas como individuales”.
Colaboremos, cada quien desde nuestra competencia, para construir una mejor política en bien de la comunidad, cosa que es competencia de todos, desde la familia, y para salvar la política partidista, que no sea una lucha encarnizada para destruirse unos a otros, sino un camino para desgastar la propia vida en beneficio de los demás. Esa es la buena política partidista que necesitamos, en la que los ministros religiosos no intervenimos.
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