Jaime Septién
En un pequeño y sustancioso ensayo escrito por el filósofo Guillermo Hurtado, México sin sentido (Siglo XXI-UNAM, 2011), señaló que “nuestra falta de sentido colectivo es el telón de fondo de los demás problemas políticos, económicos y sociales que nos agobian”. La esperanza de Hurtado es que “en la medida en que construyamos un nuevo sentido, podremos ir resolviendo los demás problemas de México”.
Octavio Paz en El laberinto de la soledad, incluso José Vasconcelos en La raza cósmica, piensan que la construcción de un sentido pasa, necesariamente, por reconocer lo que nos une y borrar lo que nos separa. En los 202 años de consumada nuestra Independencia, hemos vivido envueltos en la querella de las dos mitades: liberales y conservadores; hispanófilos e indigenistas; patrones y obreros, izquierda y derecha, chairos y fifis, y un sinnúmero de etiquetas que nos alejan de la construcción de un espacio común.
Lo que nos da sentido como nación es y sigue siendo la Virgen de Guadalupe. Ella unió a los contrarios y motivó la transformación moral de conquistadores y conquistados. Nunca dos México podrán generar sentido de vida colectiva. Guadalupe nos propuso el camino. Pensadores serios lo señalan desde otra perspectiva. Es el reto de nuestra generación y de sus gobiernos: unir sin destrozar; sin imponer, solo por la fuerza del reconocimiento de la dignidad de todos.
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