Mis ovejas escuchan mi voz; yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy la vida eterna y no perecerán jamás; nadie las arrebatará de mi mano. Jn 10, 27
Pero, ¿de qué manos está hablando el evangelio?
De las manos que forjaron el cielo y la tierra
Manos que formaron con barro y arcilla, al hombre y a la mujer
Manos pequeñas, que tantas veces acariciaron el rostro dulce de su madre María, y tocaron las manos callosas de su padre, José
Manos que tocaron y abrieron los labios del mudo y los oídos del sordo.
Mano con la que escribió en el suelo, desarmando odios, y quitando condenas a una mujer, sorprendida en adulterio
Manos que tocaron las muchas llagas de los leprosos, que buscó y fueron a verlo
Manos que enjugaron las lágrimas de Martha y María cuando murió su hermano Lázaro; o de la viuda de Nain, cuando perdió a su hijo, y que después el Señor lo resucitó
Manos que levantaron al apóstol Pedro cuando se hundía y ahogaba en el mar, cuando quería seguir al Señor caminando sobre las aguas
Manos que levantaron al paralitico junto a la piscina de Siloe; o a la suegra de Pedro enferma y en su lecho, para que luego pudiera servir
Manos que, sin duda, ayudaron a cargar las redes, llenas de pescados, que los apóstoles, apenas podían sostener,
Manos que recibieron el vaso de agua de la samaritana, en el pozo de Jacob
Manos con las que saludó a los niños, cuando dijo: “dejen que vengan a mi”;
Manos que ofrecieron a todos, el cáliz de su sangre, y el pan de su cuerpo, en aquella divina cena,
Manos que arrebataron la espada de Pedro, con la que éste hirió a Malco, en el huerto de Getsemaní
Manos que, aún lastimadas, cargaron el madero rumbo al Monte Calvario
Manos que se aferraron con los clavos a la Cruz, para dar y ofrecer, un abrazo sin excusas, sin limitaciones, ni exclusiones; un abrazo que nunca termina, y que jamas se cerrará
Manos que prepararon el almuerzo para los apóstoles a la orilla del lago, una vez resucitado
Manos en fin, que se acercaron a Tomas, mostrando el precio con el que nos había comprado
Unas manos fuertes y decididas, que jamas dejarán que nadie, menos un lobo o un ladrón, las arrebate de su mano,
Unas manos que lucharán hasta el final de los tiempos para que nadie se pierda
Hoy, unidos a toda la humanidad, como en un continuo viernes santo, como en una larga y difícil noche para el mundo, nos aferramos a las palabras del Crucificado: “en tus manos Señor, encomiendo mi espíritu”.
Amén
Mons. Alfonso Miranda Guardiola es Obispo Auxiliar de la Arquidiócesis de Monterrey.
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