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Por más que quieran adornar la verdad con expresiones bonitas, como “muerte digna”, el proyecto para hacer legal la eutanasia no deja de ser la destrucción de una vida, un verdadero asesinato.

Lo mismo pasa con otros términos. Astutamente, por ejemplo, se habla de “interrupción del embarazo”, en vez de aborto, que es un crimen, el asesinato de un ser inocente. Se habla de “salud reproductiva”, que es un auténtico control de la natalidad. Se habla de “derecho de la mujer a disponer de su cuerpo”, para disimular que es disponer arbitraria e injustamente de otra vida humana que la mujer embarazada lleva en su vientre. Se califica de “matrimonio igualitario” a lo que no es tal, sino un enlace, un contrato civil, un compromiso de vida en común de personas del mismo sexo. Se habla de “uso lúdico de la droga”, para no reconocer que se facilita una verdadera esclavitud por el libertinaje.

En cuanto a la legalización de la eutanasia, el pasado 1 de julio la Cámara de Senadores del país aprobó una reforma al artículo 4 constitucional, señalando que “toda persona tiene derecho a la protección de la salud en condiciones de dignidad”, incluyendo los cuidados paliativos y la posibilidad de acceder a una “muerte digna”. Esta propuesta será debatida en la Cámara de Diputados. Si se aprobara, deberán avalarla 17 de las 31 legislaturas locales, para su validez jurídica. Con ese término, se disimula lo que es un verdadero suicidio u homicidio, aunque se aleguen motivos de humanidad. Se intenta justificar ese recurso diciendo que lo que se pretende es que no sufra tanto una persona que parece no tener remedio ante una enfermedad incurable. Nos convertimos, así, en dueños de una vida que se ha recibido del Creador. Los familiares que lo aprueben, si el enfermo está inconsciente, quieren deshacerse de él y que no les dé más problemas, aunque pongan como pretexto aliviar el dolor del paciente. Una solución son los cuidados paliativos, la cercanía afectiva de la familia, nunca el “encarnizamiento terapéutico”, que es inhumano.

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Pensar

El Catecismo de la Iglesia Católica dice al respecto: “Aquellos cuya vida se encuentra disminuida o debilitada tienen derecho a un respeto especial. Las personas enfermas o disminuidas deben ser atendidas para que lleven una vida  tan  normal  como   sea  posible” (2276).

“Cualesquiera que sean los motivos y los medios, la eutanasia directa consiste en poner fin a la vida de personas disminuidas, enfermas o moribundas. Es moralmente inaceptable. Por tanto, una acción o una omisión que, de suyo o en la intención, provoca la muerte para suprimir el dolor, constituye un homicidio gravemente contrario a la dignidad de la persona humana y al respeto del Dios vivo, su Creador. El error de juicio en el que se puede haber caído de buena fe no cambia la naturaleza de este acto homicida, que se ha de rechazar y excluir siempre” (2277).

“La interrupción de tratamientos médicos onerosos, peligrosos, extraordinarios o desproporcionados a los resultados puede ser legítima. Interrumpir estos tratamientos es rechazar el “ encarnizamiento terapéutico”. Con esto no se pretende provocar la muerte; se acepta no poder impedirla. Las decisiones deben ser tomadas por el paciente, si para ello tiene competencia y capacidad, o, si no, por los que tienen los derechos legales, respetando siempre la voluntad razonable y los intereses legítimos del paciente” (2278).

“Aunque la muerte se considere inminente, los cuidados ordinarios debidos a una persona enferma no pueden ser legítimamente interrumpidos. El uso de analgésicos para aliviar los sufrimientos del moribundo, incluso con riesgo de abreviar sus días, puede ser moralmente conforme a la dignidad humana si la muerte no es pretendida, ni como fin ni como medio, sino solamente prevista y tolerada como inevitable. Los cuidados paliativos constituyen una forma privilegiada de la caridad desinteresada. Por esta razón deben ser alentados” (2279).

Actuar

Defendamos y protejamos la vida, en cualquier fase que se encuentre. No somos dioses, para disponer de ella a nuestro parecer. Pongámonos en las manos de nuestro Padre celestial, como Jesús en la cruz. Y que el Espíritu Santo, la Virgen María, San José, nuestro ángel protector y nuestros patronos personales nos asistan en esos momentos de dolor y de angustia mortal.

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Card. Felipe Arizmendi Esquivel

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