He oído lo que dice nuestro gobernante y la verdad es que me cuesta creerlo. Como el país necesita urgentemente mano de obra, dadas las lamentables circunstancias por las que acabamos de atravesar y que son por todos conocidas, ha decidido presentar al Congreso una iniciativa de ley para que los niños no nazcan tras nueve meses de gestación, como era habitual que lo hicieran, sino al mes tercero o cuarto. Se necesitan manos para la reconstrucción, eso es todo y, según él, dicha ley nos facilitará las cosas enormemente, pues nos proveerá del material humano necesario para llevar a cabo todos los proyectos gubernamentales prometidos en la última campaña electoral.
Cuanto medio de comunicación existe en nuestro territorio se ha lanzado a comentar dicha iniciativa de ley y parece que durante algún tiempo no se hablará entre nosotros de otra cosa.
Por lo pronto, los opositores del nuevo gobierno han hablando con energía en el Congreso y hasta dado golpes de mano en la tribuna. “¿De cuándo acá –preguntan a los de su partido y a los demás legisladores- se enmienda la Constitución con tal desenvoltura? ¿Cómo es posible tanta audacia?”.
Los partidarios del gobernante, en cambio, apoyan todas sus iniciativas, absolutamente todas, y dicen que nuestro país necesita cambios y leyes que en verdad respondan a nuestra nueva situación; de modo que, para decirlo ya, en lo único que coinciden con los opositores al régimen es en dar con idéntica energía manotazos en la tribuna.
Como nuestro gobernante se precia de ser demócrata y de mente abierta, ha mandado hacer una encuesta popular para ver si el pueblo está de acuerdo en esta drástica reducción del periodo de embarazo, y como aún no se han dado a conocer los resultados, me abstendré de adivinarlos o de suponerlos. Por lo pronto, la pregunta que se hizo a la ciudadanía fue la siguiente: “¿Estaría usted dispuesto a que el periodo de embarazo de nuestras conciudadanas se reduzca de nueve meses a tres?”.
Debo decir, por lo que he podido escuchar en plazas, plazoletas y callejones, que si bien algunas mujeres estarían más que dispuestas a aprobar tal reducción, otras no quieren saber nada del asunto. Las que están de acuerdo con el proyecto –y, por lo tanto, con el gobierno-, dicen:
-Reduciéndose el periodo de embarazo, se reduce también el tiempo de las molestias y de los cuidados, lo cual nos viene como anillo al dedo.
Pero las que no están de acuerdo son igualmente categóricas:
–Nuestros jefes y patrones, cuando el embarazo duraba nueve meses, nos concedían tres para retirarnos a nuestras casas y prepararnos con tranquilidad para los trabajos del parto. Pero si el embarazo dura tres meses, ¿qué nos concederán?
Los sindicatos, por lo demás, están molestos porque se han tomado muy en serio las objeciones de estas últimas.
He seguido a través de los medios de comunicación los debates que esta posible –y para algunos inminente- modificación de la ley ha suscitado entre nuestros intelectuales y demás líderes de opinión. Y debo decir que tales debates son encendidos y acalorados, y que en ellos predomina, mucho más que la temperancia y la mesura, el encono y la pasión. ¡Cuántos insultos se dirigen unos a otros! ¡Cuánta oposición hay entre los llamados defensores y los llamados detractores!
Casi podría decir que gracias a esta inesperada iniciativa de ley nuestra sociedad se ha polarizado y como dividido en dos grupos rivales: los non plus y los ultra, es decir, los tradicionalistas y los radicales.
Los tradicionalistas, entre los que no me cuento, y los radicales, cuyas filas por cierto no engroso, esgrimen razones profundamente válidas y cuerdas, de manera que el auditorio no sabe qué pensar al respecto ni a qué atenerse sobre este asunto. ¿Quién ganará esta batalla: los non plus o los ultra? Imposible saberlo.
Yo, como ya dije, no pertenezco ni a un partido ni a otro. Tal vez sea debido a mi formación académica y a mi talante conciliador que prefiero abstenerme de opinar acerca de temas tan arriesgados como polémicos.
Y es que, no lo sé, pero tal vez tuvieran razón los antiguos cuando decían, por ejemplo: “Sabemos que existe una verdad objetiva. Dos y dos son cuatro, y siempre lo serán. Si alguien dice que dos y dos son cinco, bueno, puede decirlo, porque estamos en un país libre; ahora bien, no por eso dos y dos dejarán de ser cuatro. Además, convertiríamos en un caos si cada cual sumara a su manera, si decidiéramos que ‘una suma es tan buena como la otra’…”.
Esto fue lo que leí en un viejo libro que heredé de mi bisabuelo, y sospecho que, por lo menos en esto, los antiguos tenían razón. Dos y dos son cuatro y nunca cinco. Y quien diga que son cinco, no será quemado por ello, pero tampoco tendrá razón.
“Aunque todos los hombres –sigue diciendo ese viejo libro- decidieran, por votación unánime, que sólo hay dos Personas en Dios, seguiría habiendo tres”. Para decirlo ya, no estoy lo que se dice muy seguro de que una ley emanada del Congreso pueda logar el benéfico o catastrófico resultado –según opinen los ultra y los non plus- que la naturaleza cambie de opinión respecto al tiempo que ha asignado a la mujer para que tenga un hijo. ¿Qué caso tiene meterse en debates que no llevan a ninguna parte?
A veces tengo la impresión de que en este extraño planeta –el Planeta de los Simios- nos hemos puesto a danzar según los ritmos que nos impone el burro con su flauta, o a analizar filológica y gramaticalmente los discursos pronunciados por un loco. No sé si sea así, pero de pronto me ataca, sobre todo por las noches, al apagar la televisión, esta ligerísima sospecha.
El P. Juan Jesús Priego es vocero de la Arquidiócesis de San Luis Potosí.
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