Consuelo Mendoza
El impacto de la noticia nos dejó aturdidos. La reseña del asesinato de Norma Lizbeth de 14 años, cometido por una compañera de la misma edad, logró conmover nuestras consciencias adormiladas y hasta insensibles, acostumbradas a escuchar diariamente noticias de muertes y asesinatos.
Las imágenes de lo sucedido son desgarradoras, un espectáculo superior a los del Circo Romano, en el que enfrentaban a hombres con bestias para entretenimiento del Cesar y de las hordas despiadadas. En esta ocasión se trataba de dos niñas, que sirvieron de diversión a un nutrido público de adolescentes que animaban la pelea, pedían sangre y grababan el episodio entre gritos y carcajadas; lo demás no se ve, pero imagino que mientras Norma Lizbeth quedó tirada, lastimada y abandonada, los demás acompañaron a la agresora festejando su “triunfo” y haciéndola sentir una verdadera estrella y campeona.
La incapacidad de la directora para enfrentar con asertividad lo ocurrido, la ausencia de protocolos escolares, la deficiente atención médica, la complicidad de los compañeros y la propia pelea, hubieran quedado como un video más de TikTok para hacer reír a algunos, y quizá Norma Lizbeth seguiría sola, en una lucha desigual contra el bulling que le estaba matando el alma.
Lo sucedido nos enfrenta irremediablemente a una realidad escalofriante, descarnada y cruel de lo que estamos viviendo; nos descubre la estructura fracturada y dañada de nuestra esencia y de lo que depende nuestro futuro, el futuro de nuestros hijos y el futuro de México: la Familia y la Educación.
¿En qué momento dejaron de funcionar todos aquellos principios inamovibles e irrenunciables que aprendimos en casa? Buscando caminos de felicidad y de éxito para las nuevas generaciones, las hemos hecho de cristal: frágiles y vacías.
Con todos los cambios y modalidades que exige una nueva época, la integridad permanece como un objetivo básico para la educación en casa y en la escuela: mujeres y hombres íntegros, que conozcan el valor del respeto a sí mismos y a los demás, el valor de la honradez, la honestidad, la lealtad, la congruencia, el control de sus emociones y la responsabilidad de sus actos. La escuela debe ser la extensión del hogar y la transmisora no solo de conocimientos, también de valores cívicos, sociales y éticos.
Lo sucedido a Norma Lizbeth es el fuerte sonido de una alarma social y de la estructura familiar fracturada. La vida de la víctima no será recuperada con manifestaciones y protestas; ni la victimaria dejará de ser una víctima más: de unos padres que trataron de ocultarla en lugar de enseñarle, por más duro que sea, a hacerse responsable de sus actos, de unos compañeros irresponsables que la incitaron a ser más cruel y de una directora que no actuó a la altura de su puesto y sus responsabilidades.
Este suceso nos recuerda como cristianos nuestra corresponsabilidad para trabajar por el bien común desde nuestra propia familia y desde nuestro entorno; ¡Norma Lizbeth es la hija de todos, la hermana de todos y la alumna de todos! Veamos en su rostro la misericordia, la justicia y el perdón que debemos sembrar en las nuevas generaciones para llenarlas de Dios y de esperanza.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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