Columna invitada

Mi tercer hijo me hizo mamá por primera vez

Sin ofender… lo repito, mi tercer hijo me hizo mamá por primera vez.

Después de dos varones, por primera vez fui mamá de una niña. Una niña que rompió todos mis esquemas, desde mis miedos de tener otra mujer en casa, hasta reafirmarme que la “naturaleza” es muy sabia.

Una niña que me sorprendió siendo conquistadora desde pequeña: conquistó mi corazón, y con humildad les comparto que me enseñó que no competimos por ser la “Reina de la casa”, sino que trabajamos por sembrar feminidad en nuestro entorno. Me recordó que una sonrisa conquista más paz y felicidad, que muchas batallas y argumentos.

Después de dos partos, por primera vez fui mamá a través de cesárea. Esta vivencia me permitió empatizar con el 45% de las mujeres que tienen hijos en México.

Recordé a algunas amigas y conocidas que vivieron frustradas su cesárea porque querían parto natural.

Pero después de haber vivido ambas opciones, puedo decirles que ninguna te hace más mamá, más heroína. Aunque… si me dan a escoger, elegiría de nuevo el parto natural mil veces, pues la naturaleza es más rápida y amable con tu cuerpo que un cuchillo.

También puedo decirles –con la escasa experiencia de tres hijos– que más o menos anestesia epidural tampoco te hace más mamá y, mucho menos, más humana, humanizada o como gustes llamarlo.

Aprovechar a tu ginecólogo de confianza, al que probablemente estés pagándole, es desquitar sus años de estudio, experiencia, emergencias y éxitos… permitir que la medicina trabaje no demeritará tu trabajo de madre, créeme que para eso ya tendrás una vida para aprender y probarte como tal.

Mi tercer hijo, por primera vez, me hizo una madre a la que le faltan brazos, pero también más espacio para el corazón.

Cada hijo ha retado mi humildad, poniéndome delante a mis límites de conocimientos, de paciencia, de cansancio, de creatividad, mostrando mis miserias, pero también me han abrazado y visto como no conocía, lo cual reconforta esos bajones que pueden llegar a darte.

Por primera vez he tenido que aceptar toda la ayuda que me ofrezcan -incluso en la calle- al ver que los brazos no me alcanzan, y no me ha pasado nada por eso. No soy menos mamá, menos mujer ni menos capaz por aceptar ayuda de alguien.

Es aquí donde entiendes qué es la Providencia, y esa oracioncita que desde pequeña decíamos en casa: “La Divina Providencia nos asista en cada momento, para que nunca nos falte Gracia, casa, vestido y sustento…” se encarna en cada mano que te tienden, en la ropa te ofrecen de la nada, en consejos, herencias, préstamos de utensilios, etcétera.

El secreto está en crecer en la humildad, ver a Dios en cada ayuda, traducir cada gesto en una caricia Suya que tanto venías pidiendo, y respirar, porque en esta misión no estás sola. Dios te encomienda a sus hijos, pero te da medios para que estén bien y para que tú renuncies a poses y te dejes querer por Él a través de los demás.

Por primera vez he levantado la frente cuando todos bajan la mirada para verme mal, al caminar con tres hijos, al mirarme ‘a gritos’ que no debía tenerlos. Levanto la mirada y recuerdo que los juicios de los hombres no son los de Dios.

Mi tercer hijo me ha enfrentado a un mundo rudo, pero me ha hecho por primera vez una mamá muy fuerte, más orgullosa y segura. No importa cómo te ve la gente, sino cómo te ven tus hijos, cómo pronuncian la palabra “mamá”, y cómo te tienen de modelo, ancla y referente espiritual.

Pilar Rebollo

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