No obstante los daños que hemos sufrido por la pandemia y los desastres naturales, la cultura de la muerte no se detiene y avanza a pasos agigantados ante la mirada atónita y el sentimiento de impotencia de miles de personas, que hemos sido testigos de cómo un puñado de hombres, investidos como la más alta autoridad del Poder Judicial despenalizaron el aborto. El desaliento y el pesimismo se fueron adueñando de muchos de nosotros y aunque estudiosos del Derecho y organizaciones civiles protestaron valientemente, se necesitaba una voz lo suficientemente potente, un impulso lo suficientemente fuerte y una guía lo suficientemente sabia para despertar los corazones aletargados y las voluntades adormecidas por la desesperanza y unirnos de una vez por todas en favor de la mujer y de la vida.
La convocatoria de nuestros obispos llegó a todos los rincones de México y mostró a una Iglesia viva que como Madre amorosa protege a sus hijos, especialmente a los que sufren injusticias, discriminación o violencia como son las mujeres y los más débiles: los bebés que aún están en el vientre de su mamá. La convocatoria a una marcha nacional hizo tal eco que se multiplicó por todo el país gracias al gran entusiasmo de párrocos, sacerdotes, órdenes religiosas, pastorales y organizaciones civiles; el llamado era para todos, incluso para otras iglesias y personas con diferentes credos que como nosotros defienden la vida y la dignidad de la mujer.
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Conocemos el resultado, se habla de un millón de personas que se manifestaron en todo el país haciendo de cada marcha una gran fiesta por la vida. El éxito es rotundo, no es necesario que los medios lo difundan (su silencio nos confirma el impacto), ni tampoco que las autoridades lo reconozcan, lo sabemos cada uno de nosotros: los que asistieron a las marchas en cualquiera de las ciudades en que se realizaron, los que se activaron en las redes sociales para dejar claro que #Méxicoesprovida y #MeLateElCorazón, los que ofrecieron ayunos y oraciones por el éxito y los frutos de las marchas y los líderes y las pastorales que durante semanas trabajaron silenciosos y con una gran generosidad para cuidar todos los detalles de las marchas manteniendo el espíritu de unidad y el mensaje positivo a favor de la mujer y de la vida. Nadie ha podido detener los videos, las fotografías y los testimonios que a través de las redes sociales han llegado al mundo entero evidenciando que México es provida,
¡No, no fuimos un millón, fuimos millones de personas que desde nuestras trincheras respondimos al llamado de nuestros Pastores que de una vez por todas nos ha despertado de nuestro letargo!
México despertó y no podemos quedarnos con la algarabía de una fiesta por la vida y por la mujer. Cada uno de los que participamos de cualquier manera en estas manifestaciones, hoy debemos aportar nuestro esfuerzo diario para que ninguna ley esté como guillotina amenazante por los bebés por nacer y ofrezcan a las mujeres mejores alternativas, más apoyos y más oportunidades.
¿Qué es lo que sigue? Seguramente habrá muchas propuestas, pero es indispensable el día a día en el fortalecimiento de la familia donde finalmente los padres forman en valores, en virtudes, transmiten la Fe y educan a los futuros ciudadanos que pueden hacer de las leyes impuestas letra muerta y cambiar el rumbo de nuestra historia.
Leer: ¿Qué sigue después de la marcha?
Hoy como mujer, madre y abuela, me siento protegida, amada y cobijada por mi Iglesia. Gracias a mis Obispos por su cercanía, valentía y orientación que han despertado al México siempre fiel. Dios los bendiga.
Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
*Los artículos de la sección de opinión son responsabilidad de sus autores.
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