PARA QUÉ DECIRLO de otro modo si es la pura verdad: por mis rumbos ocupacionales, por mis senderos afectivos, por mis caminos parroquiales, por mis rutas gastronómicas, por mis itinerarios intelectuales, por mis andanzas administrativas, por mis vías de acceso o mis salidas de emergencia, por mis veredas lúdicas, por mis atajos sociales, por mis trochas vacacionales, por mis carriles amistosos de primera o de segunda, por mis autopistas espirituales, por ningún lado aparece algo que me conecte con el futbol…
MÁS DE MEDIO SIGLO he podido vivir sin ser aficionado, sin tener el gusto de ir al estadio, sin pertenecer a ningún equipo, apenas con algunos escasos ratos tras el balón en alguna ocasión rarísima; les puedo decir que en mis años en el seminario siempre preferí el basquetbol, y después me entretuve algunos años en la natación, pero de futbol ¡nada!…
COMO SI DOS BELLAS equivocaciones se me hubieran atravesado sin poder evadirlas, te comparto aún emocionado la primera: pude ver por televisión y bien acompañado –por compromiso social- el debut mundialista de Corea del sur (México ’86) y aunque perdió ése y los demás partidos, jugaba con entrega y agilidad que daba gusto ¡y lo disfruté! (fue en casa de Gualo y Marité: ¡saludos!)…
TE COMPARTO TAMBIÉN la segunda y casi me vuelvo a carcajear: me asomé a la cancha del seminario –luego de haber cumplido con cuatro horas de clase y de haber comido sabrosamente- porque era la final del “Torneo de la Amistad”, el equipo de sacerdotes peleaba con un jugador menos –e iba abajo 4-3 contra los filósofos- y ya estaban en los 2 (¡dos!) últimos minutos, pues me obligaron a entrar a la portería –con mis zapatos recién boleados- para que el P. Ángel Fernández saliera a la delantera, y en lo que te platico recibí en mi portería dos tiros fallidos (de uno todavía me duele la espinilla izquierda) pero el marcador revirtió para dar el triunfo a los padres con un glorioso 5-4 (por supuesto, me siento orgulloso de mi participación forzada)…
MIS MEJORES DESEOS –¡siempre!- para la Selección Nacional y para todos los que ponen su habilidad y destreza en dejar en alto el nombre de México, sea en una justa deportiva, en un negocio internacional, en un espectáculo folclórico, en actividades científicas o intelectuales, en muestras gastronómicas o lo que sea: en esta patria -y en cualquier otra- todos tenemos la bella obligación de aportar lo mejor y en paz…
EL VERSÍCULO 7, del capítulo 4, de la segunda carta a Timoteo, me viene a la memoria y te invito a que leas completo tal capítulo, pues parecería tan actual como veraz que es; ahí San Pablo hace recuento de lo pasado pero abriéndose –con esperanza- al futuro: “He luchado con valor, he corrido hasta la meta, he guardado lo que depositaron en mis manos”…
NO ME CUADRA –en absoluto- que luego seamos derrotistas o andemos con visión parcial, pues si algún deportista se ha preparado, si cualquier atleta ha dedicado tiempo, esfuerzo y corazón, ¡ahí ya está el primer triunfo!, ¡en la seriedad con que asume una competencia!, ¡en dar la cara enfrentado a otros competidores!…
EN NADA ME AGOBIA si la selección nacional o cualquier otro deportista no alcanza el primer premio; y mucho me entusiasma –¡sí!- que nos representen con alegría y dignidad, y mucho más me agradaría -¡obviamente!- que pudieran avanzar hasta alcanzar el podio mayor, y en el mientras, yo también hago mi esfuerzo por mejorar en lo que está al alcance de mi mano…
PERDÓNAME, LECTOR AMABLE, si te juzgo como si fueras de los que mucho gritan pero nada hacen, de los que exigen pero no se comprometen, de los que esperan resultados positivos en otros para seguir disimulando su negatividad, de los que hacen caravana con sombrero ajeno, de los que se alegran por remesas que envían paisanos pero no hacen cosa buena para evitar que emigren…
MÁS ALLÁ DE CUALQUIER RESULTADO y más acá de todo esfuerzo, también yo viviré días de emoción con el mundial de Qatar aunque siga siendo abstemio de futbol; me asomaré emocionado cuando jueguen los paisanos y en el corazón les agradeceré su esfuerzo; y sin descuidar mi propia tarea renovaré mi entrega para que vayamos a la gloria –todos juntos- que resulta de un buen trabajo y una entrega generosa
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