En nuestra cultura es muy relevante el festejo del “Día de las Madres”. Teniendo un origen comercial, el 10 de mayo se ha convertido en una importante celebración para los mexicanos. Por un lado, se escuchan frases, poesías y anécdotas que exaltan los sentimientos alrededor de la figura de una madre abnegada, “sufrida” y frágil. Mientras tanto, algunos movimientos feministas hacen todo por denostar la maternidad considerándola una imposición cultural, una amenaza para la “realización personal”, un grillete para lograr la supuesta “igualdad de sexos” y una ocupación para mujeres débiles.
En estos tiempos difíciles es necesario que, quienes hemos tenido la dicha de ser mamás, levantemos la voz y demos testimonio del maravilloso don de los hijos y el papel que juega la mujer-madre como pilar fundamental en la familia y en la sociedad.
En su mensaje a las madres de 2015, el Papa Francisco afirma que “una sociedad sin madres sería una sociedad inhumana, porque las madres saben testimoniar siempre, incluso en los peores momentos, la ternura, la entrega, la fuerza moral”.
Ser mamá es vivir el misterio de la vida de alguien que está dentro de mí, pero no es yo, que necesita de mí, pero algún día no me necesitará más; Dios eligió mi vientre como el mejor de los nidos, y a toda mi persona para participar con Él en el milagro de la creación.
Me conmueve imaginar el momento del encuentro entre María e Isabel, su alivio al compartir de mujer a mujer sus confidencias, cuánta ilusión ante sus maternidades no esperadas, cuánto amor a Dios y confianza en sus designios.
Como ellas, ser mamá es la oportunidad de dejar huella, trascender en el tiempo y sembrar la semilla de un árbol cuyos frutos evidenciarán mi paso por el mundo.
Dice el Papa Francisco: “Sí, ser madre no significa sólo traer al mundo un hijo, es también una elección de vida: ¿qué elige una madre? ¿Cuál es la elección de vida de una madre? La elección de vida de una madre es la elección de dar vida. Y esto es grande, esto es bello” (Audiencia General, 7 de enero 2015).
Ser mamá obliga a crecer y a afrontar cualquier reto, a vencer cualquier obstáculo, incluso las propias limitaciones. Los hijos, despiertan el deseo y la determinación de ser una mejor persona, de dar siempre un buen ejemplo, son el impulso para levantarse una y otra vez de las caídas y derrotas y es por ellos que se aprende a sonreír y a orar al descubrir sus ojos inquietos buscando en los propios la confianza y la esperanza que solo inspira una mamá.
La experiencia del primer hijo desborda de amor a la madre sintiendo que su capacidad de amar ha llegado al límite, pero con la llegada de más hijos una mujer descubre que el amor no se reparte, el corazón se ensancha de tal manera que siempre queda un hueco para acoger a quien necesite una mamá. El amor de una madre es lo que más se asemeja al amor de Dios, que no tiene límites, que nunca se cansa, que confía, espera y perdona.
Los hijos despiertan el verdadero potencial de una mujer, son el reto para superarse cada día, la razón para seguir soñado a lo largo de la vida y para saber ser feliz haciendo política o preparando una sopa.
Ser mamá nos brinda el privilegio de servir, de hacer de nuestra familia una Iglesia Doméstica para construir la sociedad que queremos y el México que soñamos, formando hombres y mujeres íntegros, con fe, con valores y amor a su patria.
¡No queremos la imagen de una madre sufrida y abnegada! Se requiere un ejército de mujeres generosas y agradecidas por el privilegio de la maternidad y el compromiso de poner los cimientos del futuro.
Estas fechas son también el mejor momento para agradecer a Dios, a mi esposo y a mis hijos por la oportunidad de ejercer la más noble de las profesiones y en la única que soy insustituible y feliz: ser mamá.
“Y cómo son? ¿Qué hacen las madres?” Preguntó Marcelino a Jesús, quien le contesta: “Dar Marcelino, siempre dar”. “Dan todo, se dan a sí mismas, dan a los hijos sus vidas, la luz de sus ojos, hasta quedar viejas y arrugadas”.
*Consuelo Mendoza es Maestra en Ciencias de la Familia por la Universidad de Santiago Compostela, fue Presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia (UNPF).
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