A propósito del día de Todos los Santos, recuerdo ciertas historias, que me contaban de niña sobre ellos y que lejos de animarme a imitarlos, me hacían sentir muy lejana a sus virtudes y nada motivada a seguir su ejemplo: “Santo Dominguito siempre fue muy obediente, aprende de Santa Teresita, comparte como San Francisco…”
Con el tiempo entendí que la intención era muy buena, pero la pedagogía no era la adecuada, y en mi mente guardé por largo tiempo la idea de que la santidad era algo difícil e inalcanzable para mí y para el común de las personas; no me causaba ninguna extrañeza escuchar frases como “ni que fuera santo” o “yo no tengo madera de santo”.
Y es que los santos nos parecen más cercanos al conocer su lado humano, su temperamento, sus batallas, los obstáculos a los que se enfrentaron y cómo los fueron venciendo, todo aquello que nos muestre como lograron hacer de lo ordinario de sus vidas (tan parecida a las nuestras) lo extraordinario por Jesús, viviendo profundamente la fe, la esperanza y la caridad para alcanzar la meta de la santidad y disfrutar para siempre de la presencia de Dios.
Hoy nos hacen vibrar los grandes ejemplos de los santos de nuestra época: San Juan Pablo II, Santa Teresa de Calcuta, o Carlos Acuti “el beato millenial” quienes entre muchos otros, con su vida nos han enseñado que el camino a la santidad está llena de amor a Dios y al prójimo a través del servicio.
El Papa Francisco en su exhortación apostólica Gaudete et exsultate nos dice: “No pensemos solo en los ya beatificados o canonizados. El Espíritu Santo derrama santidad por todas partes, en el santo pueblo fiel de Dios, porque «fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y le sirviera santamente»”
En nuestra época existen muchos hombres y mujeres que aspiran a la santidad y viven las virtudes profundamente, haciendo de sus vidas una constante obra de misericordia. No son aquellos que como los fariseos que anuncian con bombo y platillo a través de las redes sociales… son quienes por amor a Dios y muchas veces en silencio, practican las bienaventuranzas, ven y sirven a Jesús mismo en el sufrimiento del migrante, el desconsuelo del indigente, la ansiedad del adicto, o el abandono de los ancianos. Son los que sanan las heridas de los abusados, y muestran el camino del perdón a los delincuentes; son los enfermos y los olvidados que ofrecen su dolor por la Iglesia y por sus semejantes.
Hoy como ayer, podemos ser santos, y como San Joselito, podemos decir que “nunca fue tan fácil ganarse el cielo” Solo hay que ser dóciles al llamado de Dios que nos ama con locura y trabajar desde nuestra propia vocación en la construcción de la civilización del amor donde la justicia, la fraternidad y la paz sean los frutos de las semillas sembradas por los cristianos.
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