Hace algunos años participé en un programa radiofónico de debate, en el que el tema central era la educación y la reforma educativa. Recuerdo que participaron diputados de diferentes partidos, un líder sindical, un representante de Morena y una servidora como presidenta en aquel entonces de la UNPF.
Entre los diferentes puntos de vista manifestados, me sorprendían y hasta divertían las propuestas del representante de Morena, quien sostenía que de ganar su partido la Presidencia, acabarían con la reforma educativa y se haría una gran consulta ciudadana para saber qué quería el pueblo en materia de educación. Recuerdo que yo reía ante lo que entonces me parecía un verdadero disparate… el resto de la historia todos lo conocemos.
Lo cierto es que, a pesar del duro golpe que han significado las decisiones fallidas del actual gobierno en materia educativa, México ya tenía una gran problemática al respecto que lo ha mantenido durante muchos años con un terrible rezago y en los últimos lugares en los rankings de educación de la OCDE. Lo cierto es que poco se ha logrado para ofrecer un mejor futuro a los niños y adolescentes mexicanos.
En este panorama poco prometedor llegó el coronavirus, poniendo a prueba los sistemas educativos de todo el mundo y evidenciando la ya de por sí dolorosa situación de tantos niños mexicanos, así como la incapacidad de nuestro sistema para enfrentar la realidad que se vive.
Y aquí estamos, a punto de iniciar el ciclo escolar, con una deserción de dos millones 525 mil 330 de alumnos, según los datos proporcionados por las autoridades de la Secretaría de Educación Pública (Excélsior, 17 de agosto 2020); un 40% de escuelas particulares que se han visto obligadas a cerrar sus puertas, pues ni directivos ni padres de familia recibieron, como en otros países, el apoyo necesario para enfrentar esta emergencia; y una “solución” poco inclusiva, que consiste en la decisión del gobierno para enfrentar la situación de regreso a clases desde casa, transmitiendo las clases por diversos canales de televisión.
Los hogares donde hay cuatro, cinco o más niños y un solo televisor, las casas donde ni siquiera tienen electricidad, la numerosa población rural donde no llega ninguna señal, los pequeños que carecen de vigilancia adulta, son solo algunos de los inconvenientes a los que se enfrenta la población escolar en tiempos de COVID, que quedará además a merced de los programas escolares ideologizados.
No podemos permanecer indiferentes ante una realidad tan amenazante para las generaciones de estudiantes afectadas por la pandemia, ni esperar tampoco soluciones salomónicas, sino hacer lo que puedo hacer con responsabilidad, con visión, con tenacidad, y sobre todo, con visión cristiana.
Cuando el extinto Instituto Nacional para la Evaluación de la Educación aplicó la prueba Enlace a los alumnos de educación básica a partir del 2008, se concluyó que uno de los grandes problemas a los que se enfrentaban los alumnos era su incapacidad para leer y comprender incluso las instrucciones escritas en dicha prueba.
La situación no ha cambiado en México desde entonces: el último informe de la OCDE, en diciembre del pasado año, indica que el porcentaje de alumnos con bajo nivel de competencia en lectura es del 45% con respecto a los demás países que forman parte de este organismo.
Quizá no tenemos todas las respuestas que se requieren para salir delante de este gran desafío llamado COVID, pero seguro tenemos a nuestro alcance a un niño, y un libro de cuentos, de historias fantásticas, de fábulas o ficción, de cualquier tema que le estimule la memoria, despierte la imaginación, la curiosidad, la sed de conocer y lo aleje de las pantallas.
Una gran cruzada de lectura en que todos nos comprometamos a leer y a despertar el interés lector en nuestros niños y jóvenes, sería la diferencia para evitar una generación analfabeta, logrando un aprovechamiento real y medible del tiempo, que proporcione a los padres de familia la oportunidad de brindar a sus hijos un amplio horizonte que no se somete a los programas escolares ideologizados, y nos permita a todos de manera personal u organizada la ocasión de vivir la experiencia del servicio a los demás en tiempo de COVID.
Un buen libro para una mente ávida, siempre será sinónimo de esperanza.
“En algún lugar de un libro, hay una frase esperándonos para darle sentido a la existencia” Cervantes
*Consuelo Mendoza García es ex presidenta de la Unión Nacional de Padres de Familia y presidenta de Alianza Iberoamericana de la Familia.
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